En las elecciones de 2002 escaló al primer lugar el novel Lucio Gutiérrez, seguido por Álvaro Noboa. En tercer y cuarto puesto, a un punto porcentual de distancia, se situaron los socialdemócratas León Roldós y Rodrigo Borja. El primero consiguió el 15% y el segundo el 14%. Si uno de ambos renunciaba y el otro hubiera captado esos electores, hubiéramos tenido a un experimentado político de vuelta en Carondelet y no al fracaso que resulto Gutiérrez, despedido en las calles.
En 2006, Gilmar Gutiérrez, hermano del destituido Lucio Gutiérrez, tras el inesperado viraje ideológico de su hermano al llegar al poder, se presentó como una de las cartas de la centroderecha. Gilmar consiguió el tercer lugar con el 17% de los votos, en cuarto lugar se instaló León Roldós con el 15% y en quinto lugar, Cynthia Viteri del centroderechista socialcristianismo que obtuvo el 10%. Sin Viteri en las elecciones, la centroderecha hubiera incrementado el porcentaje en Gilmar Gutiérrez, tal vez hubiera superado el 23% de Rafael Correa y hubiera disputado la segunda vuelta presidencial con Álvaro Noboa. Correa no hubiera existido, al menos no desde entonces.
En la más reciente elección presidencial, el conservador Guillermo Lasso obtuvo el 28% de los votos, a 11 puntos de distancia del revolucionario Lenín Moreno, hoy presidente. En el tercer lugar se instaló otra vez Cynthia Viteri que compartió los votos de la centroderecha y obtuvo el 16% del electorado. Sin Viteri en la contienda, Lasso tal vez se hubiera aproximado a los 40 puntos o quizás los hubiera remontado.
¿Acaso los experimentados políticos que compitieron en cada uno de estos eventos electorales lo hicieron con la única intención de perder la disputa y quitar votos a otros? Eso no tiene sentido.
Si en las presidenciales de 2021 se decantan tres opciones en la cúspide, una por la derecha conservadora y la otra por el autoritarismo populista, el tercer sector estaría en el centro pluralista de centroizquierda. (O)
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