Un chimbador no compite en una elección para chimbar. Un chimbador fractura la votación de su misma tendencia y evita, sin que fuera esa su intención, que otro candidato con mejor desempeño en la competencia pueda mejorar sus posibilidades. Un chimbador siempre cree que puede ganar.
El chimbador no se encuentra en el sótano de las preferencias electorales. Las colistas no son candidaturas chimbadoras, son solo candidaturas inútiles. Para poder dividir una cierta votación, un chimbador se encuentra en la mitad de la tabla de resultados. En una competencia presidencial, tendencialmente de 10 candidatos en Ecuador, según el promedio desde el retorno a la democracia, entre los 4 o 5 aspirantes de la cúspide se concentran el 84% de los votos, y el 16% restante se lo reparten entre los 6 o 5 del final.
Entonces, si tuviéramos una insufrible elección con 19 binomios presidenciales no habría ningún motivo para que las preferencias cambien significativamente en la cúspide, los 4 o 5 primeros igualmente concentrarían el voto, la docena de colistas obtendrían entre un punto o fracción y arriba estarían los chimbadores. ¿Por qué?
Los chimbadores no son los que participan sin posibilidad de ganar. Es todo lo contrario. Si una candidatura chimbadora tiene la capacidad de fracturar la votación de un candidato de su tendencia es porque ya hay una tendencia preexistente y porque el chimbador puede conseguir esos votos.
Por eso convengamos que, para nuestra política, una candidatura chimba es una candidatura falsa aunque lo sea sin saberlo. En una subasta se usaba ese término para incrementar la oferta de otros postores sin la intención de quedarse con lo subastado, pero eso es distinto porque allí hay la plena conciencia de lo actuado. ¿O es que acaso el único candidato que busca captar los votos de otros aspirantes es exclusivamente el chimbador? De ser así todos los candidatos serían chimbadores y esa es una generalización absurda. Si todo es chimbar, nada es chimbar. (O)