Agobiado por la confrontación, las marchas, discursos, las réplicas y las precandidaturas que día a día, hora tras hora, inundan los informativos de los medios de comunicación, me sumo más bien a la adhesión unánime de generaciones de hombres y mujeres de todo el continente: los 40 años del Chavo del 8. Ya quisieran los políticos, y todos aquellos que ahora pugnan por candidaturas en todo el continente, tener esa popularidad. Y gozar del cariño incondicional de millones de niños, jóvenes y adultos que, a pesar de los años, continúan una y otra vez mirando las series y las travesuras de sus personajes.
A pesar de que Roberto Gómez Bolaños iba para exitoso ejecutivo de publicidad, por pura coincidencia se inició en la comedia con otros dos grandes de México: Viruta y Capulina. Comenzó como libretista y luego, también por casualidad, terminó como actor. Inmediatamente creó unos sketchs para la televisión, que eran críticas a los programas de opinión (esos que aún persisten en nuestros medios) y sus “expertos” en los comediantes de la mesa cuadrada. Y luego vinieron los sketchs para niños, que dieron origen a la serie El Chavo del 8 (se emitía por canal 8).
Y fue justamente Capulina quien le dio, sin quererlo, nombre propio: los libretos que escribía Gómez Bolaños eran muy buenos, por lo que le decía que era (por su pequeña estatura) un Shakespirito que devino en Chespirito. Ese héroe que no provoca miedo sino risa, de inmediato gozó de fama y fortuna. Los personajes nacieron (Chilindrina, Don Ramón, Quico, doña Florinda, etc.) para no morirse nunca. Quizá justamente porque reflejan lo que sucede en todos nuestros países en los sectores excluidos. Adultos haciendo de niños con un gran ingenio para las frases hechas que, de tanto repetirlas, pasaron a formar parte de la identidad popular del continente.
A la final, Chespirito hacía de todo; libretos, dirección, producción, actuación. Más de 1.300 capítulos (en algo más de 20 años) solo del Chavo, le permitieron a Televisa obtener ganancias superiores a los 1,7 millones de dólares. Ya borró las fronteras del continente y ahora se exhibe en países tan diversos como Rusia, China y Japón. Ha superado la crítica de psicólogos educativos que incluso recomendaron prohibir su emisión por la violencia que supuestamente contiene.
Tampoco importa la crítica de guionistas y directores de teatro que se quejan de la sencillez de los libretos y los niveles de actuación. Continúa, después de 40 años, como si nada. Son ahora 91 millones de televidentes (solo en América Latina) que lo ven todos los días. Ya quisiera alguno de nuestros políticos, regionales o locales, tener no solo esa popularidad, sino disfrutar de ese cariño y gratitud del que goza El Chavo del 8 y su vecindad o El Chapulín Colorado y su chipote chillón.