Los liderazgos personalistas repugnan a los bienpensantes. Los liberales, por ej., rechazan la idea de un Ejecutivo fuerte; de tal modo, ubican al poder político como esclavo de los poderes fácticos, sobre todo los económicos. El resultado es que condenan al hambre y la marginación a millones de ciudadanos, lo cual hemos visto sobradamente en Latinoamérica. De esa hambre los han rescatado gobiernos con liderazgos fuertes en Venezuela, en Ecuador, en Argentina, en Bolivia. Ante esa situación los actores del “anciano régimen”, reconvertidos a opositores, no han dejado nunca de protestar por lo que entienden como falta de actitud republicana.
Pero es cierto que los marginados del proceso social pueden identificarse más fácilmente con un líder que con las abstracciones partidarias o reglamentarias. De tal manera, la inclusión de los desciudadanizados encuentra en los liderazgos personalistas una efectiva vía de realización.
Cuando esto escribimos, el presidente Chávez desde Cuba ha dado a conocer su enfermedad, un cáncer que ha deteriorado su salud. Por una vez los cables noticiosos, habitualmente agraviantes e irrespetuosos hacia el líder caribeño, han debido guardar algún mínimo recato.
Y decenas de miles de venezolanos que apoyan -desde abajo, desde la pobreza y la exclusión- a este líder al que han plebiscitado en tantas ocasiones, salen ahora a la calle preocupados, pidiendo una curación pronta para el presidente.
Por lo dicho más arriba creemos justificados los liderazgos personalistas en Latinoamérica, en los casos en que sirvan a aglutinar tras una figura la fuerza necesaria para enfrentar a los anquilosados poderes fácticos. Pero aparece un problema importante, que se nos hace patente en estos días: la sucesión del líder.
¿Qué habría ocurrido si Néstor Kirchner hubiese estado en la presidencia cuando murió? ¿Qué habría sucedido si Lugo hubiese tenido peor suerte con su enfermedad? Casi seguro, los procesos políticos que cada uno de ellos lideraba se habrían interrumpido y frustrado.
Y, sin dudas, si se deteriorara aún más la salud del presidente Chávez, no es fácil determinar qué suerte correrán el movimiento y el gobierno que él dirige.
“Solo la organización vence al tiempo”, sentenció en su momento Juan Perón, pensando en esta cuestión. Un gran líder que, a pesar de ese rapto de lucidez, no pudo en su momento sostener una clara sucesión tras su muerte en 1974.
Es difícil, pero imprescindible, para los líderes de procesos populares, producir las condiciones del paulatino borramiento de su propio liderazgo. Llevando hacia otro liderazgo personal o -más deseablemente- hacia alguna forma de organización colectiva.
De no hacerlo así, enormes procesos políticos dependen de condiciones tan azarosas como la salud o la inmunidad a accidentes por parte de quien ejerce el tan discutido -pero necesario al menos por un lapso- proceso de liderazgo personal.