Aunque ya sabemos de dónde vienen, las intenciones que tienen y los dineros que invierten en intentar tumbar la Revolución Bolivariana, sí indigna que la derecha venezolana y del mundo haya matado tantas veces al presidente Hugo Chávez Frías, sin el más mínimo respeto a un hombre enfermo y en el lecho del dolor.
Con Fidel Castro ha sucedido lo mismo, tantas veces lo mataron que sigue, a sus 86 años, vivo y activo. Toda la derecha del mundo, y otros muchos, aseguraban que Fidel solo se retiraría de ejercicio del poder con la muerte. Y, además, aseguraban que, una vez muerto Fidel, la Revolución Cubana caería en mil pedazos. Y no fue así. Todos ellos se equivocaron.
Al parecer no escarmientan, ya que hoy vuelven a decir lo mismo: con la muerte de Chávez la Revolución Bolivariana terminará. Nada más falso. Aunque claro, esperemos que Chávez sane de su cáncer y pueda, más temprano que tarde, juramentar su cargo para el período 2013-2019.
Y si tiene que retirarse que sea a través de unas elecciones democráticas y transparentes. Nada más falso, digo, porque en el supuesto, no deseado ni consentido, que Chávez no pueda restablecerse, seguro que en unas nuevas elecciones el chavismo las ganará con una ventaja aún más contundente que en la victoria del pasado 7 de octubre, en las cuales Chávez ganó a Capriles casi sin hacer campaña ni recorrer Venezuela.
Cuando un país recupera su autoestima, su dignidad y su soberanía, es difícil que vuelva al sometimiento, a la resignación y al conformismo. Un pueblo altivo es también un pueblo libre y, además, inteligente.
Debo confesar que no todo de la Revolución Bolivariana me entusiasma ni con todo estoy de acuerdo. Es más, tampoco son de mi agrado muchas de las actitudes de Chávez, como sus largos y cansinos discursos y esas concepciones del mal llamado socialismo del siglo XXI, un invento del alemán Heinz Dieterich Steffan, quien logró encandilar con su verbo a algunos mandatarios, pero ya perdió el encanto y cayó en desgracia.
Y de hecho, a diferencia de Ecuador, en Venezuela son obvias las evidencias populistas. Pero, al mismo tiempo, nadie puede negar el avance en la disminución de la pobreza y el analfabetismo, el acceso a la salud, o su política internacional de independencia y soberanía. Y es ese el gran capital, social y político, de Chávez y su gobierno.
Es cierto también que es difícil encontrar un sucesor que equipare el indudable carisma de Chávez, su innegable liderazgo y su espíritu de trabajo y amor por su patria. Una revolución verdadera no se basa en la voluntad de un solo hombre, sino en el esfuerzo colectivo. Y es esto lo que garantiza su continuidad.
En cualquier caso, la derecha y el Pentágono deberán morder su amargura y a regañadientes aceptar que la Revolución Bolivariana goza de buena salud. Esa misma salud que, sinceramente, espero también pronto goce el presidente Chávez.