Pese a mi aversión por referirme en primera persona, me veo precisado a hacerlo para compartir con nuestros amables lectores un caso más de censura de prensa, ejercida por el propietario de un periódico. Durante trece años mantuve una columna semanal de opinión en diario El Mercurio de Cuenca.
Hasta que, coincidiendo con la marcha de la oposición de marzo último, dejaron de publicarla sin ninguna explicación. Intenté reiteradamente hablar con el Director, pero su asistente me contestaba como una grabación: “el doctor acaba de salir”. Menos suerte tuve llamando al celular en el que me salía el mensaje de número equivocado. Entonces entendí que estaba fuera de mi columna y lamenté no poder siquiera despedirme de mi amigo, el señor Director.
Procuré con la mayor honestidad intelectual mantener mi criterio con un estilo humorístico que me valió el generoso comentario del escritor cuencano doctor Felipe Aguilar, en las páginas 179 y 180 de su libro “Humor: Transgresión y Crítica”, quien refiriéndose a mi columna de los viernes dice: “Lo que sí sorprende es el feliz hallazgo de un estilo por parte de Juan Cárdenas Espinoza, quien parece singularmente dotado para este tipo de periodismo, pues pulsa todos los resortes, la falsa equivocación, lenguaje jergal bien dosificado, el apodo descriptivo y el paradójico, la frase popular, los refranes y refranívocos. En fin, Cárdenas es un periodista que hay que leerlo y seguirlo con mucha atención, porque nos sorprende con sus guiños y sus engañifas, y porque muestra enormes posibilidades futuras”.
Estaba en el legítimo ejercicio de mi libertad de opinión; hasta que me cerraron intempestivamente las puertas en las narices, acaso en razón de mi criterio, que no es coincidente con el de algunos medios de comunicación social que ejercen una militante actoría política de franca oposición al Gobierno, en una muy discutible defensa de un poder inconsulto y arbitrario.
Mi definición ideológica de izquierda revolucionaria no puede ser motivo para un discrimen que atropella mi derecho constitucional garantizado en el inciso segundo del numeral 2 del Art. 11, en concordancia con el numeral 6 del Art. 66 de la Constitución de la República del Ecuador.
Vociferan por “su” libertad de expresión. ¿Y la mía? Algunos generosos lectores de la columna me han preguntado por su desaparición. Les he pedido que averigüen en la Dirección la razón de esta censura.
Intuyo que será porque no me alineo con una oposición reaccionaria, incapaz de asimilar y peor aceptar los cambios positivos que experimenta el Ecuador de la Revolución Ciudadana, con una obra pública sin parangón en la historia, con acciones de dignidad y soberanía que han consolidado nuestra personalidad como Estado soberano, la búsqueda de la excelencia en la educación como único camino para el despegue de la sociedad hacia la transformación de las viejas estructuras que la partidocracia las convirtió en excluyentes privilegios para su gallada.
Son democráticos y tolerantes hasta que sienten afectados sus intereses particulares; de allí en adelante salen furibundos con sus cajas de resonancia a defender sus espacios de poder y en ese empeño no les importa atropellar los derechos de los demás.
Me rifaron de El Mercurio por sostener mis puntos de vista con la fidelidad ideológica de mi antigua militancia revolucionaria y socialista. Eso es “censura”.