Y esta vez en La Habana, símbolo mayor de las revoluciones de segunda independencia en la región. Nada menos. Reunión con presencia de México, ensanchando con fuerza la representatividad del organismo multilateral. El mismo México, que jamás rompió con La Habana en la era de la Guerra Fría y el peor momento del bloqueo. Esa maravillosa tradición mexicana de independencia en política exterior, que vino a arruinar desastrosamente Castañeda hijo, aquella vez que pidió a Fidel que se volviera rápido a la isla.
Pero no es el clima ahora para los Castañedas hijos, para los Montaner, los Vargas Llosa, los Grondona, los Bayly, los Openheimer, esos múltiples voceros oficiosos del imperio que por años han sembrado su voz antipopular y pro estadounidense en Latinoamérica. Hay ahora otros aires, y nuestros pueblos tienen gobiernos que los representan y defienden, al menos en muchos de los casos. La Celac es ejemplar fruto de esas políticas de autonomía latinoamericana. Por eso, la presencia del secretario general de la OEA esta vez fue elocuente; implica reconocer a la Celac como organización efectivamente representativa. Y si bien es cierto que la OEA, bajo la coordinación de Insulza, ha hecho un papel de cierta dignidad, también lo es que se trata de una organización ‘panamericana’, de aquellas que Estados Unidos plantearon cuando la lucha contra el bloque soviético, para que nuestros países operaran como pretendidos peones del ajedrez geopolítico y militar del Norte.
De modo que la Celac reunida en Cuba es un acontecimiento motivador y simbólico. También lo es que haya sido ocasión para condenar los procesos de espionaje que Estados Unidos sostiene de manera ilegal y encubierta en la región, a la vez que en todo el resto del planeta (incluidos sus propios ciudadanos en su propio territorio). Y es auspicioso que haya quedado claro que todos los gobiernos de la región, al margen de sus posiciones, se encuentran representados en Celac.
Porque ese es el salto cualitativo logrado.
Ojalá no ocurra, pero quizá un día el mapa político latinoamericano pueda volver a tener dominancia de gobiernos proclives a las políticas neoliberales del Norte. Pero para entonces, esos gobiernos decidirán desde sí mismos y sus intereses, no por las presiones directas que se ejercen en organismos como la OEA. Y, ciertamente, si algún día hay ese tipo de gobiernos será porque ganó en las urnas, no ya por golpes de Estado y procesos desestabilizadores que -como el que la derecha financiero/mediática promueve hoy en la Argentina- motivan el rechazo e incluso la intervención solidaria de la Celac, como ocurrió en su momento para los casos de Ecuador y de Bolivia.