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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

CCE: realidad y futuro institucional

25 de agosto de 2015

La Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) cumplió 71 años de vigencia. Fue el 9 de agosto de 1944 que el sueño de Benjamín Carrión se cristalizó en lo que sería una entidad fortalecida a partir de la sensibilidad e inventiva humana (tras la compleja pérdida territorial). Y, también, desde las identidades de un país de honda raigambre intercultural. De hecho, la intención de Carrión fue que Ecuador emergiera en el orbe como una nación de exponencial predominio cultural.

Esta conmemoración conlleva reflexiones en torno a la tarea cultural desde la dimensión pública, en momentos en que se modifica el aparato estatal contando para el efecto con visiones progresistas, en donde las actividades que emanan del espíritu humano deben tener un espacio relevante y de constante difusión ciudadana. Asimismo, es menester que toda propuesta política de sello revolucionario contenga como elemento predominante a las artes y a la cultura en el cambio cualitativo y cuantitativo de las estructuras sociales. Más aún, en nuestro país cuyo bagaje natural, paisajístico y telúrico se entrelaza con una riqueza patrimonial, desde una diversidad cultural con especiales caracteres que robustecen plenamente el orgullo ecuatoriano. En esa argamasa de representaciones y significados, Ecuador cada día se despierta ávido por reencontrarse desde aquella heterogeneidad en la amplitud de los saberes y aprendizajes, en donde la historia juega un rol esencial que fija líneas conducentes en la prospección nacional.

La Casa de la Cultura es más que una institución. Es un ícono que acoge la creación y expande libertades, cuya herencia supera sus paredes y espejos deteriorados por el tiempo y la apatía gubernamental.  

¿Cuál es el rol actual de la CCE? ¿Por qué es necesario que el Estado sostenga una institución cultural de plena autonomía? ¿Es pertinente que la Casona configurada por Carrión siga su tránsito en pleno siglo XXI?

Varias serán las preguntas que giren sobre el futuro institucional. Sin embargo, lo fundamental es que se generen respuestas categóricas basadas en hechos objetivos, criterios serios, alternativas viables, diálogos provechosos, responsabilidades compartidas, en donde términos como masificación, inclusión y democratización sean parte razonada de los argumentos esgrimidos por hacedores, gestores y activistas culturales.

Es evidente que la CCE amerita una reformulación que supere las entelequias del poder político (que pasan por supeditadas coyunturas presupuestarias). Pero, a la par, es urgente que el Gobierno central reconozca su contribución a favor de las manifestaciones artísticas y culturales y asigne los recursos que podrían aliviar su calamitoso estado financiero. La crisis -en este caso- puede ser entendida como una oportunidad administrativa para que acciones renovadas fijen bríos de transformación, en tanto se espera la promulgación de la ley del ramo que definiría sus tareas concretas dentro del Sistema Nacional de Cultura.

Ese será un buen homenaje al autor de Cartas al Ecuador y mentor del estamento que supera siete décadas de existencia: la Casa de la Cultura. (O)

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