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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Cataluña y el retorno de los nacionalismos

04 de noviembre de 2017

El Estado nacional es una construcción política moderna. Los reinos dinásticos, las ciudades Estado y formas anteriores dispersas, devinieron en territorios unificados con una autoridad política centralizada; así se configuraron los Estados modernos. Hasta aquí todo parece sencillo pero realmente no lo es; el otro componente del Estado es la nación y cuando hablamos de ella se despiertan inmensas susceptibilidades derivadas de identidades históricas o recientes. Tan potente es la idea de nación que, según Benedict Anderson, por esta idea la gente está dispuesta a morir o a matar.

Acabamos de presenciar un conflicto de proporciones entre los intentos independentistas catalanes y la áspera reacción española, que en pleno siglo XXI pretende mantener su reino monárquico incólume. La nación catalana con una historia de dominación a cuestas, se rebeló tempranamente, durante el llamado Corpus de sangre, en 1640 frente a la corona de Castilla, en la guerra de los Segadores: “Cataluña triunfante volverá a ser rica y plena, atrás con esa gente tan ufana y tan soberbia. Buen golpe de hoz, defensores de la tierra”. Posteriormente enfrentó numerosas afrentas, como la prohibición de su lengua, “esa lengua de perros”, según el autoritarismo español. Luego, Cataluña resistió una feroz represión cuando en la guerra civil se mantuvo republicana. Nunca se le perdonará haber sido fiel a la República y ser la cuna del anarco-sindicalismo.

Hoy, Catalunya sin Ñ, como reivindican los catalanes, parece haber fallado en sus cálculos políticos porque con esos medios no logró su cometido. Hoy se vuelve inviable una independencia por las armas, como la que plantearon en su momento nuestros patriotas. Ellos también ahora serían calificados como sediciosos y delincuentes, acusaciones que pesan sobre los líderes independentistas catalanes. Sin embargo, antes y ahora la búsqueda de soberanía y libertad ha sido una constante en los pueblos.

La idea de nacionalismo es compleja, por un lado ha sido interpretada como una fuerza conservadora basada en la idea de raza, lengua, sangre y suelo que ha terminado provocando guerras y muerte. Por otro, también ha permitido el resurgir de muchos pueblos con proyectos políticos autónomos que han buscado un futuro para su gente. No hay un nacionalismo, hay diversos, y depende del contexto histórico político, así como del carácter que tome el movimiento.

Cataluña se reconoce como nación y hoy demanda tener un Estado. Nosotros tuvimos precozmente nuestros Estados y desde allí debimos construir nuestra nacionalidad aunque, como sabemos, ha sido un proceso inacabado. Afortunadamente, en nuestro caso, no hemos tenido una sola nación, lo que nos permite ahora hablar de plurinacionalidad e interculturalidad, conceptos que solo se pueden quedar en palabras si no los concretamos en hechos.

Si la nación catalana quiere su independencia significa que el Estado español no cumplió bien su tarea de integración y naturalización de su dominio. Si nosotros no avanzamos en serio en la construcción de la plurinacionalidad, es posible que nos veamos abocados a dificultades algo similares. (O)

 

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