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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Castillos en el aire

11 de abril de 2019

Muchos dicen que Alberto Cortez fue el cantautor de las cosas sencillas, pero pienso que más bien lo fue de las cosas complejas. Asumió la función social de la poesía y la posibilidad de su difusión encajada en la música trova. Este poeta, como todos los buenos poetas latinoamericanos, supo muy bien que la palabra hecha canción esculpía la conciencia y al mismo tiempo producía éxtasis y plenitud.

El siglo XX fue el siglo en el cual el humanismo alcanzó su mayor vuelo, al mismo tiempo que inició su agonía, acosado por el monstruo devoto de la normalización, la acumulación materialista y la injusticia. Ante aquel tiempo de tribulación, Cortez nos recordó, una y otra vez, que otro camino es posible en alas de la evanescencia liberadora. Hizo poesía filosófica para calar en el alma de la gente, presintiendo que el peor efecto del sistema sería la discapacidad para recrear las utopías sociales movilizadoras.

“Castillos en el aire” es una de las creaciones donde se expresa una sutil y fantástica crítica al orden actual, destinado a crear sujetos “normales”, reglados, disciplinados, productivos y consumistas, a quienes, a cambio de su sumisión, se les ofrece un estatus y una felicidad, que nunca llegan.

Los versos del poema-canción proponen desafiar la prisión cotidiana dominada por los convencionalismos absurdos, los miedos y los deseos materiales, desarrollando la capacidad de soñar para alcanzar, más que la libertad -juguete engañoso del sistema-, la liberación.

Cortez denuncia a un orden que persigue a los rebeldes calificándolos de anormales porque intentan demostrar que la realización está en el vuelo impulsado por la utopía. Con el juego de la metáfora y el verso construye imágenes de gran belleza, atadas a la historia de un loco tierno, que sin usar la tecnología ni la razón se escapa de la prisión cotidiana, supera la gravedad y alcanza una dimensión superior.

El personaje de “Castillos en el aire” es un hombre contra sistema que se asume gaviota y llega a un paraíso desmaterializado, antes de ser atrapado y devuelto a realidad “vestido de cordura”, acusado de portar la peligrosa y contagiosa enfermedad de la chifladura liberadora.

La obra del poeta Alberto Cortez nos compromete, sobre todo a los latinoamericanos, a no abandonar jamás el ejercicio de los sueños y la imaginación, para lograr, alguna vez, un vuelo colectivo desvestidos de cordura. (O)

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