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El Telégrafo
Ramiro Díez

Casándote o no, siempre te arrepentirás

08 de agosto de 2013

Este jovencito ruso vivió una experiencia de terror que lo marcó de por vida. Se llamaba Pyotr y era de una familia con aires aristocráticos, al punto que a los siete años ya componía poemas en francés. Cuando cumplió los 14 años, hubo una epidemia de cólera en su ciudad, y su madre fue una de las víctimas.

En ese entonces, el único tratamiento consistía en sumergir al enfermo en agua a altísimas temperaturas. Las personas, en medio del calor torturante, pedían beber agua y, a veces, esto las salvaba. En la mayoría de los casos morían con horrendas quemaduras. Eso fue lo que vio Pedro: a su madre desnuda, aullando, suplicando para salir del agua hirviendo, mientras la hundían a la fuerza para intentar, supuestamente, salvarle la vida.

Aquello nunca se borró de la mente de Pyotr que, ya desde niño, era muy sensible. Quizás por esto, cuando creció, no pudo soportar la presencia de una mujer desnuda porque recordaba a su madre en la más penosa agonía. Entonces se hizo gay.

Pero, además, se convirtió en un famoso músico y todo el mundo lo conoció como Pyotr Ilich Tchaikovsky.  Y también, a la distancia, lo conoció la baronesa Nadiezdha von Meck, viuda, apasionada frenética de su música, y multimillonaria, que lo puso a vivir como un rey, con la ilusión de que, alguna vez, Tchaikovsky compartiera con ella algo más que una simple melodía.

Parte de la ayuda que Tchaikovsky recibía eran miles de rublos, palacios y castillos para que viviera a sus anchas, pagos a orquestas europeas para que interpretaran su música. Pero las mentiras no son eternas, y un día ella supo que Tchaikovsky jamás entibiaría el lecho de ninguna mujer, y tampoco el suyo. Entonces cortó toda ayuda económica.

Tchaikovsky, desesperado, para aparentar su hombría, y para intentar recuperar sus ingresos, buscó una salida. Aceptó a una mujer que lo perseguía y que decía ser una princesa acaudalada que vivía en un castillo. Ella afirmaba que el mayordomo del castillo y su esposa, que aparecían como sus padres, habían matado a sus verdaderos padres biológicos.

Los asesinos la hacían pasar como si fuera su hija pero ella pronto aclararía todo y reclamaría una jugosa herencia. Tchaikovsky se casó con ella, pero jamás se consumó el matrimonio, acto que definía como “repugnante”. A los dos meses, él intentó suicidarse. Su frustrada esposa, mitómana y ninfómana, entró a un hospital psiquiátrico, donde murió.

Años después, Tchaikovsky también murió de cólera, como su madre. Bebió a propósito un vaso de agua sin hervir, sin importar la epidemia que existía en la ciudad.  Sus últimas palabras fueron: “¡Nadiezdha, Nadiezdha qué mujer…!”.  Olvidaba decir que la baronesa Nadiezdha y Tchaikovsky nunca se conocieron personalmente.

En el ajedrez, como en la vida, cuando algunas damas llegan, lo hacen también para ser inolvidables. Haya o no haya matrimonio.

Lipschutz, Schallopp, Londres, 1886

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