Ustedes tienen un país y yo el mío. El suyo es un enmarañado nudo político que el tiempo intenta desatar, el mío es una cadena de cumbres y montañas que se elevan, reverentes y majestuosas, hasta el cielo azul, escribía el poeta libanés Khalil Gibran. Clamaba: el suyo es un ardid de zorro que combate con la hiena, y una artimaña de la hiena que combate con el lobo… el mío es la juventud escalando rocosas cumbres, vadeando arroyos, errando por los campos…
Un abismo nos separa mientras gritan, con las manos esposadas, ¡Viva la Patria! Su país es una incautada pistola Magnum Desert Eagle con 58 balas de otros calibres y dudosos insumos hospitalarios, el mío tiene a la profesora de Playas Catalina Espinoza viajando en su bicicleta y una pizarra a la espalda para enseñar a los niños que no tienen internet.
Su país son documentos falsificados de discapacidad para comprar lujosos autos, el mío es la enfermera Fátima Sandoval Churuchumbi, de la comunidad de Angochagua, ayudando en primera línea a sus hermanos de Otavalo. Su país es la iglesia cristiana de papi que recauda diezmos mientras sus hijos venden fundas para cadáveres en 148,50 dólares cuando en verdad valen 12, el mío es el de Marcelo Paredes quien, después de ser despedido por el Café de la Vaca con 400 dólares y 22 años de servicio, creó Mikuna en su barrio de Atucucho.
Su país es el recuerdo del oro ávido de los conquistadores, el mío aquel del milenario cultivo del maíz y sus mujeres que danzan frente a los dioses tutelares de volcanes en las fiestas del solsticio. El de ustedes, como logro social y blanqueamiento, es un departamento en Miami y jacuzzi con dinero robado a los difuntos, el mío es Emerson Obando, quien devela la escondida laguna del Cubilche. Mi país siempre será perdurable, el suyo es una mentira que se desvanecerá como las arenas del desierto. Adoum, el poeta, cantó: “Ecuatorial, ecuatorial, ¿recuerdas / tu sudor, el pie perdido / en la noche resbalosa de la víbora?” (O)