Mi impulso es el de recriminarle por la mala educación de su hijo. Responsabilizarle por una de las razones por las que este país no puede salir adelante: gente que considera que tiene privilegios sobre la ley por el simple hecho de pertenecer a una familia. Luego del arranque, me he detenido a pensar: ¿Qué hay detrás de una reacción como la de su hijo? Por supuesto, usted tiene algo de culpa; pero sospecho, hay razones más profundas.
Primero, el sistemático ataque hacia lo público. La continua avalancha de noticias, opiniones y especulaciones que agreden lo estatal hacen que las instituciones se debiliten y que sus acciones se deslegitimen. No es sorpresa. Es una táctica para rentabilizar económica y políticamente la reducción de lo comunitario para beneficios corporativos y familiares. Solo hay que ver de qué viven –de una u otra forma– la mayoría de los que atacan lo público: del Estado.
Segundo, está el injusto sistema de recompensas sociales que premia la viveza criolla. Desde los políticos, pasando por los deportistas y hasta los opinadores, suelen premiar el facilismo, el individualismo y los atajos como forma de vida. Evitar sobornos, enojarse por ilegalidades, demandar transparencia está mal visto. Su hijo es otro hincha de energúmenos que valoran el compadrazgo sobre la ética.
Luego está la desigualdad que reproduce diferencias dentro de nuestra sociedad. Yo me diferencio de ti porque mi familia es mejor, porque mi herencia es más grande, porque mi poder es superior. Estas distinciones dispersan lo comunitario, fomentando privilegios.
En los tres casos, usted y su hijo son actores pasivos. Son herramientas. Su sumisión, silencio e inercia corrompen la posibilidad de una sociedad ecuánime. Queda entonces solo un camino: el interés, la beligerancia, el reclamo. General Torres, yo sé que usted no existe, pero la torpeza y funcional insignificancia de su hijo sí. Y eso justifica una urgente reflexión y acción social que revalorice lo público, los méritos y la equidad. (O)