Cuando el “Gabo” estaba recién llegado de su periplo de Nueva York pasó por su mínimo departamento del chilango D.F. su compadre Álvaro Mutis. Este último, en la década de los 60, había solventado el viaje en un auto destartalado por las tierras de Faulkner y ahora le llevaba un libro sorprendente: Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
Le arrojó con delicadeza la obra y exclamó: ¡Para que aprenda a escribir!, compadre. Gabriel García Márquez cuenta en sus memorias que subrayó tanto el libro que era casi irreconocible. En esa época se acercó a Franz Kafka y La metamorfosis: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto” (Vladimir Nabokov, el de Lolita, dice que el mentado bicho no es una cucaracha sino -siguiendo la descripción del libro- que se trataría de un escarabajo).
Cuando terminó de leer el intenso relato se dijo: Bueno, si el tal Kafka puede transformar a su personaje en un insecto, yo haré que vuele Remedios La Bella, quien en verdad era una muchacha de su pueblo secuestrada por amor por un camionero, a quien su familia inventó un relato fantástico recogido en Cien años de soledad.
La relojería de los escritores no viene en enciclopedias, por eso los consejos de Ernest Hemingway son válidos. El norteamericano autor de Por quién doblan las campanas (1940), París era una fiesta (1964), ganó el Premio Pulitzer en 1953 y el Nobel en 1954. En su Carta a un novel escritor dice: “Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés (vale leer “español”) vigoroso. Sé positivo, no negativo. Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como espléndido, grande, magnífico, suntuoso”.
De los secretos del oficio de tinieblas, como decía Camilo José Cela, el autor de El viejo y el mar nos deja varios párrafos: “Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte solo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir”.
Bien sabemos que una reunión de escritores es una cita de pavos reales, así que Hemingway fue enfático: “Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse solo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York”.