No te conocí. Y parece que te he visto toda la vida, como si hubiésemos compartido las aulas del Mejía, las calles del centro de Quito y hasta las cantinas que rodean a la Universidad Central. En tu mirada se dibuja la vida de quienes miran solo hacia adelante, buscando todos los futuros imaginables. Tu alegría contagiosa fue esa para saldar todas las tristezas. Y tu muerte el 30-S es una llaga que nos arde a todos.
Tu madre y hermano cuentan de tu vida como un pasaje eterno e interminable, cargado de locas intensidades, como un viaje eterno sin paradas. Ya eres para ellos y para nosotros un ser infinito. Sobrecoge tu pasión por la justicia. No me cabe la menor duda de que eras de aquellos que miran a los ojos cuando se comete la mínima injusticia. Y también de los que saben perdonar con menos de una mueca. Las últimas fotos que te tomaste y que ahora posan en la pared de tu dormitorio prueban una sencillez y ternura de caramelo. Desde tus pupilas se observa la pobreza que viviste y quisiste cambiar. ¿Por qué querías ser economista? ¿Qué había en ese sueño?
Detesto a quien te mató. Él sabe que te apuntó, quiso vengarse de su propia ingratitud con tu lucha. Apuntó para matarte porque le decías con tu mirada el horror que cometía. Por eso, en el acto más perverso e irracional, apretó el gatillo. Si es de aquellos gendarmes que sostienen sus verdades, debería entregarse para asumir su culpa, pero si es de esos otros que niegan todo y culpan de todo a los demás serán su conciencia y su corazón sus verdugos.
Aquí no caben las bendiciones ni las aguas benditas.
Cuando oía que te habían matado y que llevabas el nombre que siempre quise tener me dije: “¿Por qué no fui yo?”.
Vos tenías tantos libros por leer, decenas de caminatas por hacer, muchos enamoramientos por sufrir y gozar, demasiadas horas para el ensueño y la nostalgia. Tenías una vida por devolver. Cuando se asesina a un joven también mueren muchas esperanzas, pero sobre todo asesinan la sonrisa y algo de la alegría que buscamos cada amanecer.
Por eso me llega fuerte este poema de Borges, que seguramente leíste y ahora es posible cantarte de este modo: “No habrá sino recuerdos./Oh tardes merecidas por la pena,/noches esperanzadas de mirarte,/campos de mi camino, firmamento/que estoy viendo y perdiendo.../Definitiva como un mármol/entristecerá tu ausencia otras tardes”.
No tengo más que estas palabras amigo Juan Pablo Bolaños para saludarte con todas mis ausencias. Bienvenido seas a la vida que delegas a todos los que te debemos muchas luchas.