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El Telégrafo

Candidato único, cualquiera

23 de mayo de 2012

La lógica de la política tradicional ecuatoriana no siempre coincide con el sentido común. Y como decía alguien muy sabio: en política hasta tostar granizo es posible. Esa política, reivindicatoria de intereses particulares y corporativos, mide sus horizontes por fuera de la apuesta que hiciera Ecuador desde  2008, con la actual Constitución.

En otras palabras: hasta ahora, ninguno de los grupos y figuras que pretenden competir en las próximas elecciones exhiben un programa o una idea movilizadora, conmovedora o por lo menos que haga cosquillas.

Dice muy poco de esos políticos que el único objetivo a corto plazo sea derrotar (o derrocar) al actual mandatario, como si el Ecuador estuviese “condenado” a una persona y no existiese un devenir histórico a favor de una corriente que viene de antes de 2006 y seguirá de largo quién sabe cuánto más.

La unidad y la gestación de procesos políticos unitarios son ese sofisma recargado de buenas intenciones que no generan política porque nacen de un vacío estratégico. Todo lo contrario: la unidad solo es posible cuando la amenaza es mayor al interés particular, cuando conlleva una alerta de hecatombe nacional. Mientras tanto constituye esa apelación romántica para ocultar las incapacidades políticas de acelerar procesos o de inducirlos a nuevos contenidos.

Por eso no sorprende (para muchos hasta es ridículo) que en el auditorio de las Cámaras (escenario simbólico y sintomático) se reúna toda la “oposición” de derecha. Y mucho menos sorprende que el estrechón de manos entre Lucio Gutiérrez y César Montúfar sea la foto menos divulgada por la prensa comercial del Ecuador. Ni qué decir del saludo afectuoso del mandatario derrocado con el ex periodista Carlos Vera. O que la búsqueda de un candidato único (no de un programa común) sea el objetivo inmediato, como si se tratase de un caballo de Troya edulcorado para objetivos relativamente empresariales.

Del otro lado pasa igual. La izquierda tradicional no encuentra el compás para poner a bailar a sus fieles. Se encapricha en colocar etiquetas a una realidad que tiene otros contenidos. Cuando hablan de autoritarismo es como si se dijeran al espejo que para transformar este sistema habría que pedirle permiso al FMI o a la asociación de bancos.

Hablan de consenso como si las revoluciones se hicieran como un ritual de autoayuda.

De ahí que el candidato único, como efigie política para convocar supuestos cambios, puede ser cualquiera. Bienvenido ese “cualquiera”, y ya tendremos tiempo para saber hasta dónde la unidad es posible en nuestro país pluridiverso, recontraintercultural y megaplural.

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