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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Canción de toquilla

08 de noviembre de 2015

El sombrero de paja toquilla es un emblema de nuestro Ecuador. Su técnica de tejido, creada por los pueblos prehispánicos de la costa ecuatoriana, es reconocida como Patrimonio de la Humanidad.

Sin embargo, sabemos poco sobre la historia social y económica de sus productores y productoras. Movidos por una sana perspectiva culturalista, promovemos más la prenda que a la sociedad que la produce.

Ecuador se articuló al comercio mundial desde el siglo XIX por medio de la producción y venta de materias primas; sin embargo, existe un caso excepcional, puesto que uno de los productos con valor agregado que tuvieron un relativo peso en las exportaciones de ese siglo, fueron los sombreros elaborados en Manabí, Santa Elena y Azuay.

En el caso de Manabí, la formación de su capital originario estuvo relacionada a la economía del sombrero al iniciarse el siglo XIX, lo cual marcó una diferencia sustancial con el proceso económico de la cuenca del Guayas, basado en la producción del cacao y el desarrollo de la hacienda.

La creciente exportación del sombrero significó sin embargo un proceso de explotación laboral y unas relaciones sociales y económicas de producción, sobre las cuales hay que investigar más. Mucho se sabe sobre el concertaje relacionado con las haciendas cacaoteras, y poco sobre el sistema de anticipos y formas de sobreexplotación laboral relacionadas con la compleja esfera de producción del sombrero y en general de las artesanías.

La cadena de producción del sombrero se inicia con la cosecha de la palma, que después de ser cocinada es literalmente peinada y secada para ser convertida en hilos, cuya finura varía de acuerdo al tipo de tejido.

El grado más fino, que se mantiene solo en Manabí, es el 34, según la definición de pobladores de Montecristi. Los que cosechan y procesan la palma no son los mismos que la tejen. Los que tejen los sombreros son a su vez distintos de los que lo terminan o rematan y dan forma en las hormas. Y estos son a su vez otros con respecto a los que lo comercializan. Las prendas son una verdadera maravilla, pero requieren una gran inversión de trabajo en cadena.

Una tradición oral que ronda en Montecristi por estos tiempos, dice que se ha vendido un sombrero superfino en Dubái hasta en 10.000 dólares. En contrapeso se sabe que ese mismo sombrero fino es pagado en un promedio de 400 dólares a los tejedores o tejedoras que tardaron no menos de 4 meses en elaborar el entramado superfino, dedicando horas a la tarea en una posición encorvada.

Todavía hoy funciona el sistema económico del encargo y el anticipo. Se sabe que un extranjero monopoliza parte de la producción de algunos pueblos de tejedores, apelando a la antigua tradición. La alianza se mantiene, además, porque el Señor entrega dones.

Ecuador tiene una deuda con los tejedores o tejedoras. No se trata sólo de admirar y disfrutar de nuestro sombrero fino o grueso de paja toquilla. Se trata de pagar el precio justo, se trata tal vez de crear formas especiales de subsidios que compensen el trabajo y reconozcan al mismo tiempo el valor cultural. Se trata, al fin y al cabo, de justicia. (O)

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