Los nazis colocaban en grandes barracas a miles de judíos. No solo querían exterminarlos, sino usarlos como símbolo para someter al mundo entero. Con ese odio generaron admiración en algunos y hasta complicidad en otros. Ese exterminio iba dirigido a una cultura “otra”, que en la práctica “competía” con la nazi, sacramentada hasta por ciertas iglesias y grandes empresas.
Un campo de concentración, al estilo nazi y soviético en su momento, como dice Michel Onfray “es la exacerbación máxima de lo político que legitima la sumisión de una categoría de hombres a otra, nuevos señores, nuevos esclavos”. Y yo me pregunto, con las distancias del caso, ¿si esa no fue y sigue siendo la exacerbación que busca el mercado y la derecha en todo momento, utilizando para ello a ciertos medios de comunicación, empresas y uno que otro actor social, de modo que nos sometamos a sus lógicas y pensemos tal cual ellos esperan para que nada cambie?
Nuestro “campo de concentración” es una intolerancia absoluta a quienes miramos hacia el futuro como un escenario de bienestar colectivo y no como un mercado de valores comerciales, camuflados con desarrollo, progreso y prosperidad. En ese campo tenemos programas y “pensadores” que reniegan de la existencia de gobiernos y proyectos no ajustados a la lógica del desarrollo mercantil. Todo eso bajo una moral que condiciona sueños, aspiraciones y hasta realizaciones personales en función del amo, patrón, banquero, gerente o administrador del “campo de concentración”.
En ese “campo de concentración” pesan las modas, los halagos mutuos, los cocteles y las recepciones para hablar mal del Gobierno y calificar a sus simpatizantes, como los “cholos” alzados, la “nueva élite” que les disputa su categoría de “blancos”, “fieles” y “prósperos”. Y cuentan para ello con aspirantes a “hombres de bien”: opinadores y hasta analistas “reconocidos”.
Ahora hay una fuerte carga (campo de concentración) para quienes coinciden, admiran o participan de la Revolución Ciudadana. Casi como apestados, todos ellos (según la derecha y la prensa) deben ir a las barracas y no volver a salir, porque los demás (muy castos y nobles) optaron por la “verdad”. Y es la verdad única, atravesada de un supuesto liberalismo y democratismo que desconoce los complejos procesos sociales.
Siendo así y parafraseando a Onfray: “El campo de concentración ha mostrado en negativo lo que podía ser una política enemiga de la vida, negada y prohibida a quienes no se han juzgado dignos de ella porque han sido relegados a los lugares donde se hacían esfuerzos para persuadirlos de que no eran hombres”.