A finales del siglo XVIII un funcionario de la colonia decía que los habitantes de la Costa eran alegres y afectos a las fiestas, sin pereza para caminar “mal horquillados en sus caballos o encogidos en una pequeñísima canoa” durante todo el día con tal de llegar al encuentro, aunque en realidad “alguno de estos bailes se formaban con el pretexto de las mingas o convites para rozar un terreno”. La fiesta era, entonces, el motivo para organizar la siembra. Lo que definía social y culturalmente a estos habitantes era el trabajo ligado a la tierra, su condición de campesinos, en momentos en los que se expandía la frontera agrícola.
Una de las más antiguas referencias de la palabra ‘montuvio’ proviene de 1808, cuando el viajero William Bennet Stevenson la registró, en su paso por la colonial provincia de Guayaquil, que incluía casi toda la Costa con excepción de Esmeraldas, agregando que aquel era “un nombre que se da aquí a los campesinos”. Todo parece indicar que a lo largo del siglo XIX, la palabra no tuvo un uso recurrente, al menos no en los documentos oficiales. Reaparece en cambio con fuerza, en los albores del siglo XX, tanto en la literatura social, como en los primeros estudios sociológicos, culturales y antropológicos. Es célebre el ensayo El Montuvio, del escritor José de la Cuadra, de 1937.
En 1990, concomitantemente al ‘levantamiento indígena’ en la Sierra, y en respuesta al neoliberalismo, fue evidente un proceso de redefinición de pueblos de la Costa, a partir de un enfoque más cultural que social, y bajo el cobijo de la identidad ‘montuvia’. En el año 2000 ya estaba formado el movimiento Solidaridad, que dio lugar al Consejo de Desarrollo del Pueblo Montuvio de la Costa ecuatoriana, Codepmoc. Cuando a uno de sus dirigentes se le preguntó por qué ahora eran montubios y no campesinos, dijo: “Porque somos del monte”. Ahora, los montuvios son reconocidos en la Constitución como un pueblo y grupo cultural asentado en la Costa, y por tanto tienen derechos colectivos.
El enfoque culturalista ha puesto en valor las señas de los montuvios: su habla, tradición oral, destreza para el manejo del caballo o la navegación fluvial, bailes, leyendas, creencias e indumentaria, pero a la par se va vaciando la historia social, olvidando que lo que define de manera preponderante al montuvio es su condición de campesino, su trabajo ligado al campo y su resistencia desde el siglo XIX a la penetración de los factores de la economía capitalista, la formación de la hacienda terrateniente de la Costa y la explotación de su fuerza de trabajo por los grupos dominantes.
En perspectiva histórica, los campesinos montuvios han sido esencialmente una clase social subalterna porque, como diría Gramsci, ocuparon un lugar desventajoso en relación a la producción y acumulación originaria. Manuel Chiriboga, en su obra Jornaleros, grandes propietarios y exportación cacaotera 1790-1925, señala que los grupos dominantes que se apropiaron de los beneficios de la economía agroexportadora cacaotera buscaron aniquilar al plantador, como formación social independiente. Los campesinos sufrieron la explotación de los gamonales y usureros, que canalizaron las ganancias a los bancos, base de la formación de la burguesía ecuatoriana.
Nuestros campesinos montuvios no son una mera expresión folclórica: son un trascendente grupo social con cultura propia, cuya historia no debe ser olvidada. Cada tradición montuvia tiene una razón económica-social, porque la cultura no es simple reflejo de la realidad, sino idea y acción creativa, estrategia para enfrentar la vida diaria; y en Latinoamérica, durante más de 500 años, una forma de resistencia. (O)