En la obra La Tempestad (siglo XVII) de Shakespeare, Calibán era un ser rudo y salvaje, habitante de una isla que existía más allá de la realidad. Siglos después, Roberto Fernández Retamar (La Habana. 1930) interpretó que este personaje encarnaba la imagen del bárbaro que Europa necesitó construir para contrastarla con la del hombre civilizado, capaz de alcanzar la modernidad, símil del paraíso. Concebida así la trama, todos los bárbaros debían convertirse a las buenas o a las malas, si fuesen como Calibán, y caminar guiados por hombres superiores, en busca del edén de la civilización. Barbarie y civilización fueron las ideas opuestas sobre las cuales el imperialismo justificaría no solo guerras, conquistas y genocidios, sino además un sostenido proceso de colonización y neo colonización cultural, para ejercer hegemonía en todo el mundo.
Pero Calibán no es en realidad un bárbaro, es un Otro diferente, porque su cuerpo, su historia, su espíritu y su impronta ha nacido de un humus propio, saturado de lluvia tropical. Otros ríos, otras montañas y otra fotosíntesis se producen sobre su ser, que está bocarriba, al revés, volteado, mirando hacia la vida, pataleando con sus pies de pájaros, para seguir siendo lo que es: Latinoamérica. Dicen los entendidos, que La Tempestad de Shakespeare alude sin lugar a dudas a nuestra cultura y continente.
El escritor cubano cita con talante de isleño calibanesco, que “La supuesta barbarie de nuestros pueblos ha sido inventada con crudo cinismo por quienes desean la tierra ajena”; y se califican con desfachatez, como civilizados. En el teatro de Occidente, la tierra de los blancos es la de la civilización; y la tierra morena, el lugar del atraso que debe ser dominado para su transformación. Por designio de su cultura, hasta las palabras deben modernizarse, los civilizados estaban obligados en el siglo XX a recrear los calificativos e inventar el nuevo nombre con el cual se bautizaría a Calibán y su continente: zona económicamente subdesarrollada, puro invento de funcionarios de las Naciones Unidas, cumpliendo su tarea política después de la Segunda Guerra Mundial.
¿Pero quién es, en esencia, Calibán? Es acaso solo el ser con pie de pájaros; el irreverente que desafía a Próspero e intenta hacer propia a Miranda. Es una corona de nieves y volcanes; un cuerpo flotante entre dos mares; pura utopía; o es acaso una existencia, conciencia, ideología y desafío al ‘Occidente depredador’; tal vez un gentío con una sola voz, una especie de ‘síntesis’. Calibán – Latinoamérica no es mera amalgama, producto final de todas las cosas del mundo, sino ‘un nuevo punto de partida’, un constante nacimiento, una acción, un camino, una talladura sobre roca cósmica, una cultura que ha logrado nombrarse a sí misma, pensarse, ser múltiple.
Fernández Rematar dice, a propósito de Calibán: “nuestra cultura es —y sólo puede ser— hija de la revolución, de nuestro multisecular rechazo a todos los colonialismos”. “Hispanoamérica, Latinoamérica, como se prefiera [escribió Mariátegui], no encontrará su unidad en el orden burgués. Este orden nos divide, forzosamente, en pequeños nacionalismos. A Norteamérica sajona le toca coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de la América Latina es socialista”.
Gracias Cuba y Roberto Fernández Retamar por develar a Calibán, el ser de pies de pájaros que desde la síntesis y la cultura, con idioma ajeno–propio nos narran, en nuestro renacer infinito, mientras Próspero decide petrificarse en una estatua inerte de oro. (O)