Los grandes medios de comunicación nos inundan de violencia. Esta ocupa la mayor parte de los servicios informativos y muchas películas tratan sobre lo mismo. A nivel internacional muchas guerras siguen sembrando muertes por doquier, sobre todo de civiles. En Estados Unidos no pasa un mes sin asesinatos colectivos. En África nos horrorizamos por unas 200 jóvenes tomadas de rehenes por un grupo terrorista. Muchas veces nos sentimos impotentes.
La lectura de la historia de Caín y Abel en la Biblia nos aporta varias reflexiones positivas. Muchas veces malinterpretamos este episodio bíblico. Al preferir Dios el sacrificio que le ofrece Abel, argumentamos que el sacrificio de Caín era de segunda categoría o que Caín era malo. Parece que nuestra imaginación lee razones que no están ni en el texto ni en la intención del autor bíblico.
Luego, por el ambiente individualista y la ‘globalización de la indiferencia’, como dice el papa Francisco, no nos sorprende la terrible respuesta de Caín a Dios: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”. Por esta razón, mucha violencia y muchas muertes son el resultado de esta indiferencia e irresponsabilidad frente a las situaciones de injusticia y maldad. Nos hemos deshumanizado tanto que solo a unas pocas personas las consideramos como hermanas y hermanos. Por eso hemos perdido la capacidad de responsabilizarnos de los demás y promover la vida, la dignidad y la fraternidad. El sistema social imperante está orientado hacia el poder, el dinero, el individualismo y el materialismo. Promueve la explotación de los demás, el despojo de las riquezas de los pueblos, la ambición sin límite y la violencia sin remordimiento. Los que tienen dinero y poder se vuelven como Caín, y el inmenso pueblo de los pobres viene a ser como Abel. Todo forma parte del terrible pecado estructural denunciado por nuestros obispos latinoamericanos. Pero en todo esto, ¿dónde está una puerta para la esperanza y la fraternidad? La actitud de Dios con Abel nos da la clave y el camino: Dios elige el sacrificio de Abel porque Abel era menor que Caín. El Dios de la Biblia es el Dios de las víctimas, de los pobres, de los excluidos y atropellados. Ese fue el gran testimonio de Jesús: ponerse del lado de las víctimas para ayudarles a salir adelante y construir la fraternidad desde el compartir equitativo. Los que nos llamamos cristianos, ¿dónde nos ubicamos?, ¿con quiénes nos solidarizamos para detener la violencia que tanto destruye?