Historias de la vida y del ajedrez
Caer en la tentación, para salvar la vida
La historia habla poco de los combates amorosos de Bolívar. Cuentan que en Pativilca, Perú, los soldados hacían guardia a 200 metros de su habitación, para no ser perturbados por los aullidos de degolladas de las mujeres que pasaban la noche entre sus brazos.
Pero no todo fueron victorias. Cuando se refugió en Jamaica, en una fiesta en su honor conoció a una mujer que lo enloqueció. Se llamaba Miranda Lindsay, esposa de un comerciante inglés. En medio del baile, Bolívar le pidió que se volvieran a encontrar.
Ella rechazó la propuesta y dijo que era casada. Pero Bolívar leyó en sus ojos que aquello, más que una negativa, era una súplica. En efecto, una semana más tarde Bolívar recibió una nota perfumada. Le pedía un encuentro esa noche, a las 9, en la ermita abandonada al final del sendero Caymanas. Y decía: “Lo necesito a Usted, solo. Hoy, o nunca. Suya, Miranda.”
Era el combate más fácil de su vida. Al llegar la noche, tomó su caballo, y la encontró a ella también en su caballo, cerca de la ermita y llegaron envueltos entre frases entrecortadas y las sombras de la noche.
Ella llevaba una tea que encendió y colocó cerca de la pared. Le explicó que su esposo había tenido que viajar de urgencia. Bolívar la tomó de las manos, y la llenó de frases galantes. Tras unos minutos, intentó un beso, pero ella lo esquivó.
Con calma, El Libertador habló de su niñez, de Europa, y recordó que en la guerra como en el amor era necesario tomar la plaza. Otra vez quiso besarla. Ella lo rechazó de nuevo.
Con el paso de las horas, Bolívar probó otros recursos. La poesía. Ella pareció ablandarse. Pero cuando Bolívar quiso otro contacto, recibió otra vez el “Sin prisas, Caballero”.
Y así, de intento en intento, de derrota en derrota, llegó el amanecer. Bolívar, burlado, montó en su caballo y le dijo “¡Hasta nunca!”, y abandonó el lugar.
Al llegar a su dormitorio, El Libertador encontró que un amigo que había dormido en su hamaca tenía el pecho cosido a puñaladas. Lo habían matado por error. Miranda Lindsay conocía la conspiración.
Dicen que lo había mandado a matar su esposo y por eso había abandonado la ciudad, para evitar sospechas. Miranda lo supo, y engañó a los dos hombres para, a su manera, salvarlos a ambos.
Años más tarde Bolívar, en sus últimos días, la encontró en Cartagena, en casa de amigos. Al despedirse, ella le dijo: “Fue una noche inolvidable”. Bolívar le preguntó. “¿Aquella en Jamaica, o esta?”.
“Ambas”, le dijo ella, le dio un beso en la mejilla, y no se volvieron a ver. Sí, Miranda le salvó la vida. Pero también habría podido ser más generosa. Al fin y al cabo, en aquella ermita abandonada, nadie habría escuchado sus aullidos de degollada.
En el ajedrez, también, las damas se ofrecen a su manera:
1: D1R D6T, 2: D3R! D4T, 3: D4A y el negro no puede escapar al mate.