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El Telégrafo

Cada ladrón...

15 de noviembre de 2011

“El periodismo es investigar al poder y el resto es propaganda”. Lo leo en La Nación citando a Horacio Verbitsky. Fuera de contexto, la sentencia resulta irrefutable. La Nación es un periódico argentino de derecha, milita descaradamente en la oposición política, como acá, porque allá los políticos tampoco han logrado construir un discurso crítico, inteligente, contra Cristina Fernández.

En Argentina también hablan, desde esos medios comprometidos con el neoliberalismo, de una supuesta independencia versus los medios militantes. En Argentina, como en Ecuador, la cuestión luce tirante. Esos medios “independientes”, que “investigan” al poder, todavía pretenden vivir de una imagen antigua. Hoy, cuando bien sabemos de las enormes fortunas materiales que el periodismo les ha permitido a unas pocas familias, no podemos aceptar una formulación de independencia en el aire, eufemística.

Esas familias, allá como acá, han lucrado con el poder que el periodismo les ha dado. Han lucrado del Estado también, han hecho negocios de muy diversa índole. Todavía estamos en pañales en cuanto a investigar el origen y desarrollo de esas enormes fortunas de los supuestos medios “independientes” en nuestro país.

Nunca nos lo habíamos planteado porque el momento no lo exigía: todo era ambiguo y determinista: no había nada que hacer con tanta pobreza, tanta indignidad, porque no había respuesta política que hable de otro mundo posible.

Es por eso que en la arena del periodismo las cosas también lucen enfrentadas: se puede estar subordinado a los dictados de los dueños de esos medios “independientes”; o se puede optar por el cambio. La derecha periodística es experta en ocultar las cosas, en no llamarlas por su nombre.

Hoy, cuando asistimos a la crisis del capitalismo neoliberal, cuando esos políticos muy representativos de un modelo inmoral caen, usan palabras como burocracia, corrupción. No hay responsables, no hay razones concretas que expliquen el descalabro. Ese es el periodismo del que hemos vivido y que la historia hoy les corre el velo dejándolos “lluchiticos”, con su traje nuevo repleto de viejos intereses, rabiosos, amenazadores.

En Argentina por lo menos rebuscan sentencias, estiran palabras. Acá la pobreza argumental da pena. Por ejemplo, César Ricaurte se enfrasca en disquisiciones, las redes, de las que no soy muy asiduo, están repletas de sus insultos y pequeñas descalificaciones. Somos “asalariados” los que no le hacemos el juego a su fundación -y sus a láteres- extrañamente financiada.

Penoso eso de juzgar según la propia condición.

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