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El Telégrafo
Simón Valdivieso Vintimilla

Cada hombre…

28 de julio de 2023

Cada hombre, al constituirse miembro de una sociedad, se ofrece a defender a los otros, con tal que a su vez los otros lo defiendan a él; y ya se ve que la ganancia es inmensa, porque toda la sociedad que pudiera oprimirlo, se convierte en su favor para defenderlo, decía ese grancolombiano Antonio Nariño.

Con ese pensamiento altruista -caso raro en los políticos contemporáneos-  ponemos la mirada en nuestra lastimada patria,  víctima de la violencia desde hace diez años atrás, pues en ella se inscriben los hechos del 2019 y los del 2021 que con otros actores, los de poncho rojo y dorado azuzados por  una clase política que ha buscado la desestabilización del país, y que  al final de cuentas es violencia que genera terror y temor, amén de los polvorines carcelarios, y claro  en lo más temprano, el asesinato del alcalde de Manta.

Ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató, dice la abuela de la casa. Hay dedos que se acusan mutuamente, pero lo cierto es que ha quedado en evidencia que política y crimen organizado van de la mano, y también otra gran verdad que el gobierno es el gran perdedor porque pese haber declarado al crimen organizado como terrorismo, los encargados de combatirlo no pegan una, sino más bien reaccionan frente a los hechos consumados y como siempre no puede faltar la consabida frase de que el crimen no quedará en la impunidad.

El sicariato es el brazo armado del crimen organizado. El sicariato es un fenómeno económico donde se mercantiliza la muerte, en relación a los mercados -oferta y demanda- que se desarrollan, cada uno de los cuales encierra un tipo específico de víctima y motivación del contratante, al que casi nunca se lo llega a descubrir porque el autor material o es abatido en el momento o muere luego, antes de cantar como se dice en el argot policial.

El fenómeno del sicariato en Ecuador es una forma delincuencial cada vez más preocupante no solo por el posicionamiento de esta fuerza armada en los grupos criminales, sino además por su instauración en una realidad social donde los matadores de gente por encargo, se ha convertido en un acto que se ha mercantilizado.  En buen romance, el sicario es un terrorista, aunque hay terroristas por principios, es decir con una carga ideológica.

El sistema judicial y político están en la mira ciudadana, carecen de credibilidad por la inseguridad que ofrecen a los ecuatorianos; los inquilinos de Carondelet todo un tiempo y en su momento han ofrecido armar a la policía hasta los dientes, ya lo han hecho, pero la gente desconfía, porque el sistema sigue igual, porque ha florecido el sexto poder del Estado, que es el crimen organizado que tiene sus dos brazos armados: el sicariato en las calles y los polvorines en las cárceles. 

Entonces la gente de calle se pregunta: ¿De qué sirve tanto armamento si los delitos a veces ni siquiera llegan a la fiscalía y si llegan, ahí duermen el “sueño de los justos”, si los delincuentes igual salen libres y campantes? En otros casos, los jueces se burlan y liberan a personas por delitos que hasta el más ciego ve, dice la abuela de la casa. La corrupción ha tomado tanta fuerza que es intocable, es otra forma de violencia, las bandas delictivas no se asustan porque el Estado es lento, ciego, o cómplice. Y para concluir, si el sicariato afecta gravemente al derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad ciudadana; el crimen organizado crea condiciones para el imperio del miedo y la impunidad, pues el silencio que sigue a la acción criminal es provocado por la complicidad del sistema de justicia.

 

 

 

 

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