La RAE entre sus definiciones de CABRÓN afirma que se trata de una persona que hace malas pasadas o resulta molesto. Que en algunos países se usa la palabra para designar a una persona experimentada y astuta. Otra acepción muestra que se trata de una persona disgustada y de mal humor, o que se trata de un hombre que aguanta cobardemente los agravios o impertinencias. Que en Ecuador, Bolivia y Chile es un rufián que trafica con prostitutas, o simplemente alguien que hace malas pasadas.
En su uso coloquial, “cabrón” es una palabra grosera que se usa para tratar despectivamente a alguien. Lo interesante aquí es ver cómo su uso privado o público, no solo descalifica a quien se dirige el adjetivo, sino sobre todo a quien lo emite, pues automáticamente se advierten los fundamentos de su estructura ideológica y ética. Si un medio de comunicación dice de alguien que es un CABRÓN, pone en juego los fundamentos de su práctica profesional porque el tratamiento de la información y los mensajes que emiten al público son denigrantes.
Y más aún, este medio de comunicación afecta la democracia en la medida que se afecta un principio elemental de la libertad que tiene que ver con el respeto a los demás. Así, en la democracia no puede haber un periodismo catalogado como irreverente, si por irreverente se entiende falta de respeto a los demás. El periodismo en la democracia basada en la libertad siempre debe reverenciar el principio de respeto entre las personas, de lo contrario, el periodismo irreverente se vuelve profundamente retardatario y un peligro para la democracia, que por otro lado, lo que sí requiere es un periodismo crítico basado en una educación crítica que permita el ejercicio del propio juicio en términos de libertad y de respeto, es decir, las capacidades básicas del ciudadano contemporáneo.