El Distrito Metropolitano de Quito merece un buen alcalde. Toda ciudad merece un buen alcalde y, si de la capital se trata, el escrutinio público local y de todo el país será, obviamente, intenso.
Guayaquil fue víctima de pésimos alcaldes por tres lustros y se establecía el contraste con Quito que, por equivalente período tuvo buenos alcaldes. Guayaquil votó por León Febres Cordero en 1992 y por Jaime Nebot en el año 2000 y, con ello, la ciudad mejoró. La administración municipal fue más ordenada, se gestionó una importante obra pública y el latrocinio fue notablemente controlado. A pesar de discrepar fundamentalmente con el partido Social Cristiano y de ser crítico acérrimo de su conducta política, reconozco que la gestión de sus líderes máximos en los 27 años al frente del municipio fue muy importante para el desarrollo de Guayaquil. No obstante, tampoco sería justo ignorar que persisten gravísimos problemas en los sectores pobres de la ciudad de Guayaquil que, con un poco más de sensibilidad social de las autoridades y de mayor orientación hacia ellos, la desigualdad sería menos notoria. Tras el período de esplendor, el PSC apostó por Cynthia Viteri quien ha tenido un manejo mediático y poco feliz de su alcaldía al punto que su popularidad se desmorona, afectando aún más a su alicaído partido.
De otro lado, Quito tuvo alcaldes que fueron reconocidos por su gestión y cuya respetabilidad se ganó con trabajo honesto y eficiente. Lamentablemente, el populismo, la demagogia, y el pernicioso lastre del Socialismo del Siglo XXI permitieron la elección de un alcalde que erró gravemente en el manejo de la ciudad. Falta de preparación, tolerancia con la corrupción, incluso en el ámbito familiar, allanaron el camino para que, apropiadamente, Jorge Yunda sea destituido. El nuevo alcalde, Santiago Guarderas, ex social cristiano y camarada de Yunda tendrá la difícil tarea de restaurar su imagen pública y de restañar la menoscabada imagen del municipio.
Tras este penoso tropiezo, el electorado quiteño se enfrentará nuevamente a la posibilidad de escoger bien. Si criticamos al pueblo por lo que, según nuestra opinión, votó mal, mucha más culpa tienen los políticos de una misma tendencia que, por no ceder posiciones, persistieron en su deseo de ser ungidos como alcalde. Recuerden que Paco Moncayo, Juan Carlos Solines, César Montúfar y Juan Carlos Holguín se perjudicaron entre ellos al dispersar la votación. Imaginen el extraordinario equipo municipal que hubiesen armado si los cuatro actuaban como grupo, deponiendo su ambición personal. El adecuado razonamiento cívico debe empezar por los políticos para asegurar autoridades competentes. Quito merece un alcalde de primera y un concejo municipal del mismo nivel y para ello, es necesario que la madurez de los políticos impere y que el pueblo escoja mejor, por su bien.