La tiranía
En los últimos años cada vez que se nombra al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, casi siempre viene acompañado de las palabras “derechos humanos”. Lo que pasa en El Salvador es un misterio y detrás de cada misterio casi siempre hay algo que se pudre.
Desde hace más de 20 años, las pandillas vienen ganando espacio en las ciudades de Centroamérica. En algunos barrios se obedecía las leyes de la pandilla, el Estado era secundario. Robos, extorsión, secuestro y demás delitos propios de esas pandillas se vivían todos los días. Suena familiar a lo que estamos viviendo en algunas ciudades de Ecuador.
La falta de control apropiado, el desempleo y la desigualdad social son algunos de los factores que empujan el crecimiento de las pandillas en toda América Latina. En lugar de palear el control, generar empleo o reducir la brecha social, el presidente de El Salvador decidió igualar el uso de la fuerza con las pandillas. Como resultado, Bukele le dio a El Salvador algo que nadie le había dado en 30 años, un respiro. Pero ¿a qué costo?
En un gobierno totalitario las consecuencias suelen ser graves. En Ecuador vivimos el totalitarismo desde el 2006 hasta el 2017, cuando una persona de ojos verdes que se hacía llamar a si mismo el revolucionario, logró adjudicarse todos los poderes del Estado, alegando que lo hacía porque el enemigo no podía ocupar un solo lugar en el gobierno. A raíz del totalitarismo vimos cómo progresivamente la violencia estatal aumentaba, desde amedrentar a sus enemigos políticos hasta sospechosas muertes de generales del ejército, pasando por periodistas perseguidos políticamente, niños de 15 años detenidos por hacer señas obscenas y periódicos rotos en cadena nacional. El resultado del totalitarismo es, casi siempre y según la historia, el nacimiento de un tirano.
Entregarle tanto poder a una persona tiene sus riesgos. No sabemos qué ha hecho Bukele y no lo sabremos sino hasta que termine su mandato. La falta de transparencia e información en todo lo que hace, sumado a que nadie se atreve a contradecirlo, constituyen un telón lo suficientemente oscuro como para ocultar lo que sea.
Hasta ahora, Bukele se atribuye el reducir las pandillas a cero. Elogia las noches de deporte sin balaceras y aplaude la libertad que tienen los negocios para abrir hasta después del ocaso, sin miedo a la extorsión o los robos. Pero ¿qué hay detrás de tanta maravilla?
La simple falta de información y transparencia ya es una violación a los derechos humanos. Y por qué se escondería información sino para ocultar otras violaciones de derechos humanos. Es decir, Bukele hace todo bien, según dice, pero nadie puede corroborarlo. El único vocero de su éxito es él mismo.
Según él, apresar a más de 50 mil personas en menos de un año es una señal de éxito. Desde luego que hay que apresar a los delincuentes, pero para decidir si alguien debe ser sometido a prisión, es necesario pasar por un juicio y una sentencia condenatoria en firme. La garantía, no del todo inequívoca, de que alguien es culpable, es el debido proceso. Acusación, defensa, pruebas y sentencia para luego ordenar prisión. No al revés.
¿Cuántos de los 50 mil apresados son inocentes? No lo sabemos, excepto Bukele, solo él sabe que todos son culpables.
El Salvador
Las diversas organizaciones de derechos humanos se pronunciaron al respecto, que con más datos de los que yo tengo, han dicho más o menos lo mismo. Por su parte, estas organizaciones tienen como líderes a personas que provienen de continentes que ya han vivido sus propias violaciones a derechos humanos. Durante el siglo XX, por ejemplo, Europa hizo lo que le dio la gana con quienes consideraba sus enemigos y América del Norte quemó tantos afroamericanos como sus leyes lo permitían. Ellos ya se equivocaron.
Latinoamérica es una masa que no sabe para donde va. Cada vez que hace algo para solucionar lo que considera un problema, sale algún erudito del norte a decir que está mal. Desde luego no hace nada para dar soluciones, solo aparece en las cámaras de la CNN y la BBC para decir que uno u otro país latinoamericano no debe hacer esto o aquello.
Una de las preguntas que hace Bukele y que se sostiene válidamente en el ambiente es ¿por qué si las benditas organizaciones saben que el problema es la falta de empleo, la corrupción y la desigualdad social, no hacen algo para ayudar a erradicarlas? ¿No sería más fructífero luchar en contra de la corrupción o colaborar con la economía? Inexplicablemente, para la comunidad internacional el problema de la corrupción en Latinoamérica, no merece una sola declaración en las grandes cadenas.
El Salvador es un país soberano, al igual que todos los países de Latinoamérica. Si El Salvador está cómodo con su tirano y aprueban su gestión, no hay nada que se pueda hacer por el momento. No es un pueblo que se siente sometido, por el contrario, se siente liberado.
Digan lo que digan, El Salvador considera a Bukele como su salvador. El debate perdurará durante décadas y sólo el tiempo juzgará las decisiones soberanas de un pueblo sometido a la violencia y al que en su peor momento, nadie ayudó.