En los años 50 del siglo XX se inició la construcción de lo que ahora es la Unión Europea, proceso que ha tardado casi siete décadas; de un puñado de estados que inicialmente optaron por integrarse, llegaron a ser 28 miembros. Con avances y conflictos la integración avanzó. Se dice que un proceso de ese tipo no tiene vuelta atrás, pero lo que ahora mismo sucede con el Reino Unido -incorporado en 1973-, demuestra lo contrario; así como se suscribe un tratado se lo puede denunciar, otra cuestión son las consecuencias que esto puede conllevar.
La Unión se ha nutrido de poderes transferidos por los Estados Miembros, lo que ha llevado a una situación en la cual numerosos temas se cuecen y definen fuera de los estados nacionales, lo que fortalece la Unión, pero también disminuye el ámbito de decisión estatal, empero, huelga decir, gracias a decisiones de los propios gobiernos. Se ha concretado una unión económica potente, con pilares como el mercado único, moneda común, políticas comunes, libre movilidad y establecimiento. Los Estados alimentaron la integración a costa de compartir intereses, buscan desarrollo económico y social para más de 500 millones de habitantes.
A mayor consolidación de la Unión, mayor complicación y costo para dejarla; el Brexit sucede en esta realidad. Según Boris Johnson se trata de un nuevo inicio para el Reino Unido, pero yo creo que es un error histórico dejar la Unión Europea. Amén de los acuerdos comerciales y otros que se mantengan con ocasión de la transición se corre el riesgo de aislarse y tensarse políticamente en lo interno.
La globalización demanda pensar y actuar en bloque, Reino Unido ya no es el imperio que era, orgulloso de su libra esterlina y poderío económico; sin embargo, es un actor importante en el concierto internacional que ahora tiene retos enormes para desenvolverse “libre”, pero con una generación del siglo XXI que, al parecer, no gusta mucho de fronteras ni sentimientos nacionalistas. (O)