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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Breve historia de una monarquía

30 de julio de 2019

Víctor Manuel II logró, gracias a las habilidades diplomáticas del conde de Cavour y a las habilidades militares de Garibaldi, unificar Italia después de que permaneciera dividida durante siglos. La casa real de los Saboya se instalaba así en el novísimo reino de Italia, en 1861, del que él sería su primer monarca.

Víctor Manuel II, sin embargo, solo tendría tres descendientes que ocuparían el mismo trono. La monarquía italiana duraría solamente hasta 1946. El hijo de Víctor Manuel II, Humberto I, ocupó el trono a la muerte de su padre, hasta 1900, cuando fue asesinado por el anarquista Gaetano Bresci, quien había decidido perpetrar un atentado contra el rey después de una masacre en las calles de Milán en donde murieron al menos 120 personas, acribilladas por el ejército en una protesta obrera. Un año después, Bresci moriría en una cárcel italiana, quizás habiéndose suicidado, quizás asesinado por los guardias.

A la muerte de su padre, Víctor Manuel III, apodado el “Rey enano”, ocupó el trono. La historia de su reinado es la historia de una serie de equivocaciones, de la caída de la popularidad de la monarquía y, como se verá enseguida, de la antesala del fin de la monarquía italiana de los Saboya.

La mayor de sus equivocaciones fue haber apoyado a Mussolini en la puesta en marcha del fascismo, hasta su caída inevitable en los albores del final de la Segunda Guerra Mundial, dejando tras de sí una Italia en ruinas, derrotada y deshonrada, entre otras cosas, por la implementación de las “leyes raciales”, abiertamente antisemitas.

Víctor Manuel III, además, dejó a Roma desguarnecida frente al ataque de las tropas alemanas y demoró su abdicación en favor de su hijo, Humberto II, poco antes de exiliarse en Alejandría, donde finalmente moriría. Humberto II solo pudo reinar durante 33 días: lo llamaron entonces el “Rey de mayo”.

Un referéndum dio paso a la República italiana. El último rey tuvo que exiliarse y murió fuera de Italia, en Ginebra. Sus descendientes solo pudieron pisar suelo itálico, décadas después, al jurar la constitución republicana. (O)

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