En una entrevista realizada a Borges en 1979 (cumplía 80 años), él se declara abiertamente feminista. Esto puede resultar sorprendente para muchas personas. También lo fue para mí.
Para evitar especulaciones, vale decir que no se trató de una declaración al viento, sino que se dio en un contexto preciso. El entrevistador (A. Carrizo) recuerda que Borges había hablado de versos que “le son dictados”, pero dado que Borges padecía de ceguera, Carrizo pregunta qué hacía él cuando no tenía a su vez a quién dictarlos.
La respuesta de Borges es sencilla: “tengo buena memoria”. Pero pronto ata el tema a otro, recordando haber leído la biografía de J. Milton, escrita por el prodigioso doctor Johnson. Milton –dice Borges– tenía cientos de versos en su cabeza y los podía dictar sin problema («aprovechaba alguna visita para aligerarse de ellos»). Salvo a sus hijas. Lo cual es curioso –dice– porque él era un maestro, pero sus hijas no sabían leer ni escribir.
Carrizo intenta conjeturar, al tiempo que Borges lo interrumpe y dice lo obvio: se trataba del hecho de que fueran mujeres. «Es una idea absurda, desde luego». E inmediatamente dice la frase: «quiero declarar que soy feminista. Me parece un absurdo que haya una diferencia entre unos y otros». Borges no desarrolla el punto, pero basta lo que ha dicho.
La idea madre del feminismo es la lucha por la igualdad frente a las diferencias injustificadas a las que han estado constreñidas las mujeres; por ejemplo, en la educación (volviendo a Borges).
La historia es curiosa porque basta ojear la literatura relevante para encontrarse con discusiones acerca de una posible misoginia borgeana, al menos de juventud. Más plausiblemente, en realidad, se habría tratado de su temor a las relaciones sentimentales. Vale recordar que el personaje de la noruega Ulrica, en su cuento, se declara feminista, aunque a tientas.
En cualquier caso, la afirmación de Borges no es ya la de un joven, sino la de un viejo. Nada cuesta conjeturar que se tratara de un punto de arribo, de reflexión quizás añosa. Dice él mismo: «La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) / puede ser el tiempo de nuestra dicha. / El animal ha muerto o casi ha muerto. / Quedan el hombre y su alma. (…) / Pronto sabré quién soy».(O)