Lo mejor que pudieron hacer los amigos de Jorge Luis Borges –tras perder el Premio Nacional de Literatura- fue invitarle a una cena como desagravio. Hay que buscar ese día en ese interesante libro que son las memorias de Adolfo Bioy Casares, que en su millar de páginas permite descubrir a esa autor a quien le aterraban los espejos, amaba los laberintos y se vanagloriaba de las cosas que había leído más de las escritas (creía que el Paraíso tenía la forma de una biblioteca). Ahora se sabe que dos autores marcaron al siglo XX: Franz Kafka y el literato argentino que podía llevar a los compadritos del arrabal a un juego con los clásicos griegos.
Pero era 1942 y Borges acaba de perder un premio nacional que fue concedido al libro costumbrista “Cancha larga”, de Eduardo Acevedo Díaz, ahora obviamente en el olvido pero que en aquel tiempo para el jurado representaba “… un documento valioso sobre cosas nuestras”… “una obra indiscutiblemente argentina”. Héctor Díaz, quien acota este tema, dice haber leído el mentado texto: “Me sentí en medio de un asado, con la idea de que de postre iríamos a jugar a “la taba” (un juego tradicional gaucho, donde se lanzan una huesos en forma de dados)”. Pero Borges no recibió ni siquiera el segundo puesto, peor el tercero. Esos fueron para “Un lancero de Facundo”, de César Carrizo, y “El patio de la noche”, de Pablo Rojas Paz, sucesivamente.
El jurado se despachó contra el libro de cuentos de Borges, al señalar en su veredicto que es “… una literatura deshumanizada, de alambique, más aún, de oscuro y arbitrario juego cerebral”. Lo que había presentado Borges no era ni más ni menos que la obra Ficciones, con cuentos como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Ahora, tras desclasificar los papeles de Estocolmo de 1967, se sabe que el presidente del Comité Anders Osterling tuvo también sus motivos para no otorgarle el Nobel de Literatura: “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”. “Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”, se reía Borges.