Inicio por disculparme debido al uso de la primera persona en este artículo; me ocurrió que ahora no tuve mucho tiempo para escribirlo. Procuro tener una lista de temas que me gustaría abordar en esta columna e intento avanzar de forma pausada. Sin embargo, luego de casi nueve meses de pandemia el agotamiento es ostensible, y se muy bien que mis condiciones son privilegiadas frente a otras mujeres con situaciones infinitamente más complejas. Quizás la peor, precisamente no tener trabajo.
Sin embargo, pretendo poner sobre el tapete la gran afectación que vivimos las mujeres académicas durante esta crisis sanitaria. La gran mayoría de nosotras impartimos clases, ahora en modalidad virtual. Hemos enfrentado el desafío de capacitarnos contra reloj para afrontarlo con más o menos solvencia.
La educación virtual supone una dedicación de tiempo mayor que la presencial, sin duda. Aparte de ello, como si fuera natural, tenemos que enfrentar todas las “responsabilidades” propias de la mezquina división sexual del trabajo, las cuales son innumerables, no me alcanzaría este espacio para nombrarlas. Estas tareas de cuidado antes de la crisis sanitaria generalmente las delegábamos a otras mujeres, hoy se dificulta por la propia pandemia.
Las consecuencias son, no solo niveles de estrés y frustración, sino también carreras académicas truncadas por la imposibilidad de continuar con nuestros proyectos de investigación, artículos académicos, estudios de postgrado que son parte de nuestro desarrollo profesional.
Las mujeres universitarias ya ingresamos en la academia en desigualdad de condiciones, nuestros títulos nos costaron mucho más esfuerzo que a nuestros colegas varones, debido precisamente a esas odiosas exclusiones que persisten tan naturalizadas. Cada una de nuestras publicaciones fueron elaboradas robándole el tiempo a nuestras múltiples tareas, cargadas además de sentimientos de culpabilidad.
Como lo dice claramente Bourdieu, el mundo universitario es un campo de fuerzas atravesado por disputas de poder, jerarquías y capitales simbólicos culturales, y en ese campo las mujeres estamos mal posicionadas. La pandemia solo ha agravado esta disparidad, pero no se ve en el horizonte que universidades o instituciones responsables de la educación superior diseñen medidas de equidad. (O)