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El Telégrafo

Bonil (entre comillas)

07 de febrero de 2014

No nos engañemos. En la agenda de los medios de comunicación no está la democracia. Está una serie de intereses que buscan consolidar el poder de una élite que ha dominado el país por décadas. Sí, esto es una lucha de clases. Y así como desde los medios se ha tildado a quienes apoyan el proyecto gubernamental, estos no escapan (¿escapamos?) de ser herramientas de ese poder (fáctico y plutocrático) para afianzar en la opinión pública su causa.

No es (solo) por aquello de no morder la mano que te alimenta. Es también una mezcla entre sostener un statu quo donde se sienten cómodos y en perpetuar una visión (neo) liberal y, en fin de cuentas, conservadora (a menos que esto signifique apoyar el proyecto político oficialista, en cuyo caso sacarán su rostro más ‘progre’).

Esto no significa que sus causas no sean legítimas, o legales, o justas. Son, sin embargo, motivadas por la idea de una construcción social donde es indispensable mantener y agrandar la esfera de poder e influencia que les ha otorgado el ser dueños de la imprenta (¿y por qué, en un mercado despiadado como el nuestro, habría de ser de alguna otra manera?). Y aquellos que trabajan (¿trabajamos?) para estos medios solo son (¿somos?) útiles mientras abonemos a la causa.

Bonil rectifica una caricatura que, inherentemente, no es un recuento de la realidad. ¿Para qué habría de serlo?A pesar de que el periodista puede tener intereses más ‘elevados’, su espacio de acción está limitado por la misma información donde habita, en ese mismo círculo desde donde se pretende moldear una visión política determinada. Los medios, en definitiva, no son (¿somos?) veedores públicos del accionar gubernamental o estatal (aunque deberían serlo). Son un actor más en el espectro de un poder que busca mantenerse como tal (como lo buscan todos los poderes).

En este espacio, sin embargo, no es ilegal serlo. No es ilegal que nuestras motivaciones no vengan siempre acompañadas con un alto sentimiento social. Y las críticas que salen desde estos medios son parte del quehacer democrático (¿revolucionario?).

Bonil rectifica una caricatura que, inherentemente, no es un recuento de la realidad. ¿Para qué habría de serlo? ¿Para qué habría de dedicar un espacio de opinión a hacer un resumen de la coyuntura? Al igual que estas líneas, no es más que una opinión de la realidad. Y querer encomillar una opinión
termina por caer en el absurdo del fanatismo dogmático.

La resolución de la Superintendencia de Comunicación no me hace sentir en un país más justo. No me hace pensar en una reivindicación de la lucha de clases. No cambia la opinión de Bonil, tampoco la mía. No cambia la realidad. Ha logrado, sin embargo, adjetivar a la SuperCom: “ ”.

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