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El Telégrafo
Xavier Villacís

Lamento boliviano

01 de noviembre de 2019

Bolivia no podía quedar inmune a la pandemia de los países que sucumbieron al Socialismo siglo XXI: la plaga del totalitarismo y afán de perpetuidad. Enfermos de esos males, los “sociolistos” inoculan sus perversiones a todos los elementos constitutivos de la democracia.

Esta versión de gobierno, donde viven mezclados comunistas trasnochados medrando del Estado al máximo posible, clase media afanada en ser millonaria a costa de todo y políticos populistas que sin pudor alguno embaucan a media nación, termina por destruir el elemento más sustancial de la democracia: el ejercicio del sufragio, la transparencia de los resultados.

Estructura y guion que está detrás de Evo Morales en su cuestionado triunfo del pasado 20 de octubre. Morales, un indigena aymara, lleva 13 años gobernando Bolivia y se cree pretende seguir de por vida. Reelecto -hasta el momento- al amparo de un órgano electoral sujeto a su voluntad, dirigido por funcionarios entregados a su proyecto.

Morales ganó tal cual triunfó Nicolás Maduro y el chavismo con Tibisay Lucena en Venezuela o el correísmo con Juan Pablo Pozo en el país, o recientemente los socialcristianos con el actual CNE en la provincia de Los Ríos. Morales está evitando segunda vuelta tras apagarse el sistema informático y reanudarse con un cambio en la tendencia de votos. Tendencia del fraude, tragedia común.

“¿Qué podemos hacer?”, se preguntaba un boliviano ante las cámaras al denunciar el hallazgo de kits electorales, mientras el órgano electoral de Bolivia vivía su apagón electoral. Ahí, en ese video que corrió por el mundo, entre cajas y papeletas del aún latente sufragio, el fraude desnudaba la impotencia ciudadana contemporánea. Un lamento que declaraba no tener donde recurrir, porque en su país, como en Venezuela, las restantes funciones del Estado están tomadas por quienes ejecutan el fraude.

Lamento boliviano muy conocido por estos lares a ritmo de nuestras bandas electorales, melodía que suena igual en el equipo de música de cualquier socialista SXXI, verdeflex burgués o amarillo bravucón. (O)

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