El surazo es un viento de frío y canto, entra soplando a Cochabamba como un gran señor, traspasa las cosas y los huesos, patina sobre la línea larga del mercado popular de La Cancha, haciendo cimbrar los sacos llenos de hojas de coca y las polleras de las cholitas, que caminan corto, en ritmo y jilguereando. Si uno fuera gigante, podría saltar desde ahí hasta Tiquina, ribera boliviana del lago Titicaca y traspasar el estrecho flotando en barcaza, rumbo a Copacabana.
En la garganta de Tiquina hay inmensas paredes de roca que empequeñecen a los hombres. No se mira hacia el horizonte, se mira hacia la hondura del mundo andino y hacia arriba. En 1999, durante el paso hacia Arequipa, Perú, dos cosas podían pasar al atardecer: que una enorme estrella bajara y te mirara de frente; y que te quedaras entumecido sin poder hablarle.
Los Andes han parido culturas milenarias y complejas, fabulosamente adaptadas a los pisos ecológicos, separados por alturas y distancias inmensas. Las etnias originarias dirigidas por curacas, realizaron alianzas para obtener los complementos vitales. El tributo se transfería en trabajo comunitario, a cambio de reciprocidad para la vida.
Los incas buscaron anudar los señoríos y administrar el excedente de producción, pero llegaron a su punto cuando fue imposible sostener el equilibrio entre la expansión, la demanda alimenticia y de bienes de prestigio. La tragedia llegó con los invasores europeos, la reciprocidad fue rota, miles de pulsos se destinaron a extraer plata de Potosí, para alimentar el desarrollo de la globalización capitalista, empujada por Europa. Mas, la madeja andina sobrevivió.
En 500 años lo sustancial de la historia económica colonial no ha cambiado. En la primera fase de la globalización los conquistadores llegaron en busca de metales. En esta tercera fase están dispuestos a todo por el litio, saliva apetecida por la industria tecnológica.
El pueblo boliviano, azotado por una dictadura, se pronunció mayoritariamente el domingo 18 de octubre por una opción electoral identificada con las demandas populares de trabajo, justicia étnico-comunitaria y efectivización de derechos político-sociales, ofrecimiento eterno de la cultura occidental y su discurso liberal democrático. Pero a Bolivia aún le queda por delante una batalla crucial, la del litio o saliva. Por lo demás, el Surazo siempre vuelve.