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El Telégrafo

Bolívar y Manuela

22 de diciembre de 2011

Cuando evocamos al Libertador Simón Bolívar en cualquiera de sus facetas, inmediatamente nos viene a la memoria su gran amor y compañera de lucha, Manuela Sáenz.  La compatriota que combatió antes, junto a él y después de su muerte por la independencia y unidad latinoamericana.

Casada con el inglés James Thorné, se instaló en Lima, en donde se vinculó con el movimiento patriótico del Perú. El general San Martín la condecoró con la banda de “Caballeresa del Sol”, el, 11 de enero de 1822.
En un viaje inesperado de su padre a Quito, Manuela regresa con él, el 19 de mayo de 1822, en vísperas de la batalla del Pichincha. Inmediatamente, toda la experiencia revolucionaria adquirida en el Perú la pone al servicio de su patria, el 24 de mayo de 1822.

Bolívar no participó en la batalla. Un percance en Pasto se lo impidió. Entró a Quito el 16 de junio. En la noche de ese día, en el baile de gala celebrado en su honor, se produce el memorable encuentro.
Manuela se incorpora inmediatamente a la Campaña Libertaria del Sur. Interviene en la batalla de Junín y más tarde en la batalla de Ayacucho, en donde se le otorgó el grado de “·Coronela del ejército colombiano”.
Por tratar de hacer realidad su sueño de integración, Bolívar es perseguido por los separatistas. Se producen tres atentados. El más conocido es el del 25 de septiembre de 1828, en el que Manuela lo persuade para que salte por el balcón. Episodio recogido por la historia como la “Noche septembrina” y a Manuela como la “Libertadora del Libertador”.

Como se sabe, Bolívar decide viajar a Europa. Mas la muerte lo sorprendió en la quinta de San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. Su amada quedó sola combatiendo contra todos. La acusan de conspiradora, por lo que es desterrada a Jamaica en abril de 1834.

De regreso a su país, Vicente Rocafuerte, quien desempeñaba la Jefatura Suprema de la República, acusándola de loca, ambiciosa y prostituta, la expulsó. Manuela se embarcó hacia el Sur. Llegó a Paita y ahí se quedó. Ya lo había dicho en 1830: “¡Mi país es el continente de la América. Yo nací bajo la línea del Ecuador!”.
Murió víctima de la difteria el 23 de noviembre de 1856. Incinerada. Sus cenizas se las llevó el viento.
El 24 de mayo del año pasado, un cofre de madera, simbólicamente con un poco de tierra del lugar donde vivió miserablemente 21 años, fue colocado en el Templete de los Héroes en Quito.

Con él, dejó a su patria sus tres trofeos: la condecoración de “Caballeresa del Sol”, su espada de Ayacucho y el gorro de Coronela del Ejército Libertario, recibiendo los honores de Generala del Ejército de la República del Ecuador.

El otro cofre fue llevado a Caracas, en donde el 2 de julio de ese mismo año lo colocaron  en el Panteón Nacional, junto a los restos de su amado.

La historia nos lleva a reflexionar que no es posible  referirse a Bolívar sin Manuela o a Manuela sin Bolívar. Todo los unió: el amor humano y el independentista.

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