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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Bolívar, en medio de ladridos

Historias de la vida y del ajedrez
13 de agosto de 2015

Quizás para compensar la ingratitud humana, Bolívar siempre quiso tener perros a su alrededor.

En su primer viaje a España, con apenas quince años, se hizo acompañar por sus dos mascotas. Años más tarde, ya viudo, en París, paseaba con una caniche cuyo dueño era un anciano casi sordo que nunca entendió de qué país venía aquel joven que amaba a su perrita. Después, con la guerra en nuestro continente, nadie podría imaginar la compañía perruna en medio del combate. Pero sí fue posible.

En la campaña militar, cerca de una finca, las tropas de Bolívar fueron hostigadas por cuatro perros grandes, entre ellos un cachorro. Al grito de “!Nevado!” de un campesino, el perro líder dejó de atacar. Bolívar dijo que le encantaría tener uno de esos. Horas más tarde, en un descanso, aquel campesino llegó sudoroso, cargando al cachorro, hijo de Nevado y le dijo a Bolívar que era un regalo y que daría la vida por su nuevo amo. Bolívar lo agradeció y también lo llamó Nevado, por su lomo blanco.

Durante ocho años Nevado acompañó a Bolívar en andanzas y batallas y se convirtió en una masa de músculos. Uno de los hombres de Bolívar que más cerca estuvo de Nevado, era Tinjacá, un indígena. Y en una batalla contra el sanguinario Boves, Tinjacá y Nevado cayeron prisioneros. El español estuvo a punto de cortarle la cabeza a Nevado y enviarla a Bolívar para despedazarlo emocionalmente. Pero pensó que era mejor negociar la vida de los rehenes. Por suerte, en un descuido, Tinjacá y Nevado escaparon y tras varios días de transitar por páramos imposibles, llegaron al campamento revolucionario donde los recibieron con desbordada algarabía. Poco faltó para que les rindieran honores militares. Y llegó la batalla de Carabobo. En medio del combate, una lanza atravesó el pecho de Nevado. Tras la victoria, los patriotas rindieron homenaje a los caídos en combate, entre ellos al mismo Nevado.

Años más tarde, una mañana lluviosa de mayo, Bolívar, como un fantasma, abandonaba Bogotá rumbo a la muerte en Santa Marta. Iba cargado de desaliento y de silencio, y aprovechaba la hora de oscuridad para no recibir más escarnios. Lo último que escuchó, gritado desde un callejón, fue: “Lárgate, Longanizo”, que era como lo llamaban sus enemigos. Bolívar no respondió al insulto, pero su perro gruñó al agresor y Bolívar lo tuvo que calmar. Ese perro flaco, de ojos anaranjados, lo acompañó por el río Magdalena. Llegaron juntos a Santa Marta y allí se despidieron.

En ajedrez, los que luchan y se sacrifican toda una vida, como dijera alguien, también son imprescindibles.

1: D6A. Y no sirve 1…PxD por TxT mate

Monumento a Bolívar y a su perro Nevado.
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