Durante las últimas décadas, y talvez un poco más, en el campo geopolítico, se ideó un plan siniestro, sustentado en una teoría funcional y despiadada elaborada por las grandes potencias mundiales de Occidente, para articular políticas neoliberales que permitieran el dominio de los países ricos y opulentos y militarmente superpoderosos sobre las naciones débiles y subdesarrolladas, y hasta indefensas del orbe.
Las formas de subyugación científica-tecnológica y de dependencia financiera, que desde antaño les permitieron solventar la supremacía de las metrópolis sobre sus colonias, ya no eran suficientes y no les bastan para sus propósitos de opresión.
En su horizonte totalizador de dominación del planeta, los grupos que manejan el orden mundial no han permitido ni siquiera la coexistencia aislada pero pacífica de las civilizaciones, o de proyectos históricos y culturales compartidos por toda la humanidad, y más bien se ha respondido -y se responde- con la matanza indiscriminada, la actividad genocida, el bombardeo masacrador, frente a las diferencias culturales.
La acción imperial grosera y prepotente se está dando nuevamente en Libia, como antes fue en Corea y Vietnam, en Granada y Panamá, y en Afganistán e Irak.
Empero en estos tiempos tumultuosos, el binarismo más primario nuevamente muestra su desfachatez, la presentación de un matrimonio real, que las grandes cadenas de televisión convirtieron en espectáculo mundano, con connotaciones casi fetichistas -cuya factura la pagarán los contribuyentes y quién sabe si los pueblos menesterosos- y agenciado por nostálgicos monárquicos, es la manifestación más trágica de la decadente interacción de la realeza europea, que se ahoga en joyas y ropa exclusiva, fiestas deslumbrantes donde aterrizan del espacio globos, mistura y salvas.
Pero en el norte de África, el escenario es distinto, no cae confite ni se beben vinos espumantes, del cielo llueven bombas que matan mujeres niños y ancianos, los mismos tiempos para dos entornos geográficos separados por el océano.
En estas jornadas infamantes para el ser humano, en estos días trágicos del devenir de los pueblos que se encuentran solo premunidos del pesimismo de la razón, solo queda la rabia espesa de la lucha social.