El pasado martes 11 de octubre dos personajes públicos recibieron, cada uno, el doctorado honoris causa. Uno de ellos, un ex presidente español que por estos tiempos nadie quiere recordar, ya que bajo su mandato se desarrolló el aperturismo económico que llevó sistemáticamente a una pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores españoles, bajo el denominado “Programa de modernización del sector público empresarial del Estado”, es decir, privatizar las empresas rentables del Estado. Esto provocó que, a decir de los sindicatos, lo que era bonanza del momento después sería hambre. Y eso es lo que le está pasando a España hoy en día. Este mismo personaje fue uno de los que se opuso a que los migrantes sean reconocidos, legalizados, etc. Durante sus dos mandatos los precios de las viviendas aumentaron en un 28% en cuatro años, el gasto social se redujo en 9%. Este personaje fue uno de los aliados centrales de Bush hijo, para la invasión de Afganistán, guerra que no termina aún. O que declaró que en Irak existían “armas de destrucción masiva”, entre otras aberraciones. Por otro lado, emerge un nuevo precandidato a la presidencia, junto a los llamados expertos en nuevos índices de pobreza y entorno democrático apoyados por los think tank conservadores de Estados Unidos. Este nuevo precandidato pone como su centro el ser un experto en finanzas y banca, y quizás lo sea, pero de eso a concebir que la banca ya no se centra en el dinero sino en la gente, en su corazón, es un cuento bien grande y de nunca acabar. Entonces, viene la pregunta: ¿cuáles son los méritos de los candidatos para que se les haya otorgado tan alta mención honorífica, como un doctorado? Y es difícil encontrar argumentos que se sostengan, estrictamente, en el aporte significativo a la sociedad. Porque abrir un país a la locura de los capitales especulativos o estar convencido de que el “libre mercado” es la solución a la pobreza o el subdesarrollo no es mérito para tan alto reconocimiento. ¿Qué dirán los indignados en España o en Estados Unidos? ¿Qué pensarán los miles de ecuatorianos que han sido desalojados de sus casas por no poder pagar las hipotecas, no por irresponsabilidad, sino por el descalabro financiero, aupado por los bancos que se centran en vivir a
costa de intermediar en la compra y venta de dinero y peor aún, que ahora exigen a los gobiernos ingentes cantidades de dinero público para salvarse de la quiebra? Es clara la relación entre las instituciones financieras y los partidos políticos conservadores que andan por el mundo vendiendo el credo de la democracia y la responsabilidad social de las empresas.
Es clara la visión de pensar que los pueblos son masas de consumidores en lucha continua entre sí, donde el más fuerte debe triunfar. Y bueno, eso es lo que conduce a concebir que el conocimiento en las universidades debe ofertarse a los mejores compradores, los mejores pagadores…como un banco.