Al terminar el año solemos hacer un balance personal, evaluamos cómo ha ido nuestra vida afectiva, familiar, profesional, incluso nuestros arqueos propiamente económicos. Este ejercicio, de alguna forma, permite proyectarnos para el año que inicia y se decanta en buenos propósitos que no siempre se mantienen.
A escala del país podemos hacer lo mismo. ¿Ha sido este un buen año para el país? ¿Hemos avanzado en la construcción de democracia sustantiva? ¿Somos más respetuosos, incluyentes y solidarios? ¿Han mejorado nuestros indicadores en educación, salud, acceso a servicios? ¿Hemos crecido equitativamente y con respeto a nuestro medio ambiente? En fin, las respuestas a estas preguntas no siempre son diáfanas, certeras y unánimes. Todo depende de las metodologías y enfoques que usemos, de cómo utilicemos los datos y qué nos interesa demostrar.
Hay datos que nos permiten afirmar que ha habido avances en algunas áreas de carácter social, en la búsqueda de eficiencia, de crear y mejorar infraestructuras, en definitiva se ha provocado una vocación modernizadora dirigida desde el Estado, que permea la propia sociedad. Pero hay, y con pesar lo admito, un mal sabor en la boca cuando valoramos aspectos más políticos, de relacionamiento entre nosotros y con el poder.
Nos ha faltado -utilizo el plural porque me siento parte de una misma comunidad política- sagacidad y astucia para detectar los verdaderos escollos que obstaculizan la construcción de una sociedad de iguales. Nos ha sobrado arrogancia al creer que ya transitamos hacia el milagro ecuatoriano. Nos ha faltado lucidez y generosidad para relacionarnos entre nosotros en la búsqueda de un proyecto común.
Nos ha sobrado egoísmo y soberbia para creer que la imposición de nuestros intereses es el camino hacia ese proyecto común. En balance, en tanto que comunidad política en el sentido que le da Hannah Arendt -del desafío que supone el vivir juntos-, nos queda una gran tarea pendiente, con el riesgo de que las diferencias entre los miembros de esta comunidad se ahonden hasta estallar.
Me temo que para proyectarnos al 2015 deberíamos ser más sensatos, sagaces y menos arrogantes. Si vemos con pesimismo el próximo año porque se avecinan dificultades económicas o un panorama político explosivo, deberemos poner más dosis de respeto, solidaridad, trabajo y así enfrentar con medidas perspicaces estos desafíos. Sin nostalgias por un pasado que la mayoría de ecuatorianos no añoramos, pero seguros de que nos merecemos un futuro más esperanzador.