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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Ay Pame, ¿y la disputa contrahegemónica cultural?

22 de marzo de 2016
El miércoles pasado salió en este periódico una extensa entrevista a René Ramírez en la cual se abordan una pluralidad de temas de crucial importancia para la delicada coyuntura que Ecuador y América Latina afrontan actualmente. Otra entrevista al secretario nacional, más corta, salió en el diario El Universo el día anterior. Saltan a la vista no solamente el nivel particularmente elevado del análisis, sino también la presencia de elementos autocríticos que trazan un posible curso de renovación del proyecto de la Revolución Ciudadana. 
En este sentido, hay cuatro asuntos señalados por Ramírez que es preciso poner de relieve. El primero es que, más allá de la ampliación de los derechos, poco se ha hecho para la democratización de la estructura productiva. El segundo tiene que ver con el reconocimiento de haber creado consumidores, mas no ciudadanos. En otras palabras, ha faltado un cambio cultural capaz de invertir el ethos neoliberal que sigue impregnando a los sujetos. El tercero es la admisión que el modelo organizativo de AP, apoyándose demasiado en el marketing, ha resultado deficitario. Como corolario de lo anterior, Ramírez sugiere que AP se abra a nuevos actores sociales en pro de una reestructuración de la organización, aduciendo además como saludable, aunque no estrictamente necesario, que Correa salte un período. Finalmente, Ramírez subraya que las consignas de hace 10 años ya no pueden surtir el mismo efecto y que hace falta un espíritu innovador que sepa avanzar nuevas propuestas seductoras.  
Los temas son estrechamente entrelazados. Redistribuir es sin duda un proceso político complejo en un contexto como el latinoamericano, pero distribuir -que es como Ramírez llama el proceso de transformación radical de las estructuras de propiedad y de la matriz productiva- lo es mil veces más. Se trata de una ruptura que requiere de una movilización mucho más profunda que agreda el meollo del capitalismo neoliberal. Asombra en este sentido que Ramírez afirme que lo único que hay que hacer para que estos procesos sean irreversibles es seguir ganando elecciones. Sin desmerecer a lo electoral, habría que redescubrir también la lucha como instrumento de búsqueda de nuestro futuro en aras de empujar con más fuerza los cambios efectuados desde el plano institucional.
La innovación del ideario que invoca Ramírez solo puede llegar desde abajo a través de un genuino proceso participativo. Por eso es vital que AP deje de cooptar a los movimientos, estableciendo una dinámica de mayor respeto, la cual necesita a su vez de un nuevo modelo interno. 
Para conseguir estos objetivos, y sobre todo para cambiar el espíritu neoliberal que nos atraviesa, es fundamental alterar la naturaleza personalista del proceso. Por eso no es saludable, sino indispensable que Correa y el grupo dirigente se aparten definitivamente. Tampoco hay que ser ingratos: es precisamente gracias a sus esfuerzos que se ha hecho tanto. Pero también es por ese enamoramiento cegador hacia el líder que se frustran todos los intentos de renovación. La deliberación popular es suspendida justamente porque el líder es visto como encarnación definitiva, como objetivo último de la política. Sorprende en este sentido que en AP reflexiones tan lúcidas como la de Ramírez coexistan con iniciativas como la de Pamela Aguirre. 
Ay Pame, ¿cómo no te das cuenta que lo que está en juego ahora es la disputa contrahegemónica cultural? Para ese efecto, necesitamos más cuestionamiento y menos adulación. (O)

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