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El Telégrafo

Aves carroñeras

10 de enero de 2013

Su negocio es la muerte. De la muerte viven. De ella se nutren, engordan y procrean. Su manjar predilecto es la carroña. Cuando ven un cuerpo agonizante, no esperan el último suspiro: se lanzan a despedazarlo a picotazos. Es lo que hacen hoy día las aves carroñeras de la política venezolana y continental.

Revolotean ansiosas sobre el lecho de enfermo del comandante Hugo Chávez, anhelantes de que la muerte acabe con el jefe de la Revolución Bolivariana. Son las aves carroñeras de siempre. Son las mismas que en su hora se lanzaron sobre los despojos del Gran Mariscal de Ayacucho, asesinado en las montañas de Berruecos.

Son las mismas que se abalanzaron sobre los restos del Libertador, abandonado en Santa Marta. Las mismas que celebraron un ruidoso festín con los cuerpos destrozados e incinerados de Eloy Alfaro y sus capitanes, y luego, con los cadáveres de Gaitán, “Che” Guevara, Jaime Roldós, Omar Torrijos, Salvador Allende y miles y miles de latinoamericanos triturados por la máquina de muerte del imperio y sus secuaces.

Aquí, en el Ecuador, según versiones de Craig Murray, diplomático y periodista inglés, y Patricio Mery Bell, periodista chileno, las aves carroñeras se disponen a banquetearse con el presidente Rafael Correa y la Revolución Ciudadana. Ya lo previno así hace más de dos años John Perkins, el ex “gánster económico” norteamericano, según propia calificación, y lo vimos luego en el fallido golpe de Estado del 30 de septiembre de 2010.

Como es natural, la CIA mediante. Esta tenebrosa central del terrorismo y el espionaje de Estados Unidos, cuyas garras chorrean sangre de multitudes y naciones. De Palestina, por ejemplo, y de Afganistán e Irak, Libia y Siria, por mostrar solo unos cuantos ejemplos.

Ahora las aves carroñeras revolotean sobre Cuba, Venezuela y Ecuador preparándose al hartazgo, como si los procesos revolucionarios del continente y el continente mismo hubieran muerto o estuvieran a punto de perecer. Para ello cuentan con numerosos meseros dispuestos a servirles el banquete: momias y momios de la derecha, seudorrevolucionarios, oportunistas de toda laya, medios de gran circulación, chulqueros graduados de banqueros, vulgares mercenarios, felipillos descendientes de aquellos que traicionaron a los pueblos indios y los entregaron a Pizarro.

Desde luego, esta vez las aves carroñeras se quedarán con los picos insatisfechos. La Revolución Bolivariana en Venezuela y en toda América Latina no es una mera ilusión. Es una histórica suma de sueños realizados, de avances firmes, de logros que nadie puede arrebatarles a los pobres.

Si el negocio de las aves carroñeras es la muerte, el negocio de los pueblos es la vida. Y la vida siempre se alza por encima de los cementerios.

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