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El Telégrafo

Atropellando venados

18 de septiembre de 2011

Desde hace muchos años que nos declaramos ecológicos y protectores de la biodiversidad, la misma en teoría debería estar rebosante y abundante, al punto que uno de los problemas más comunes pudiera ser que atropellemos venados u osos, que es lo que sucede en el Parque Yelostone, el hogar del famoso Oso Yogui, que recibe millones de visitantes al año, que vienen a pescar, a ciclear, navegar, caminar amparados en paisajes impresionantes y con almacenes gigantes en donde se compra en abundancia equipamientos para acampar, comida, bicicletas, miles de souvenirs, y cientos de coches circulan por sus miradores, hoteles y campamentos de campers grandes y lujosos con familias enteras deleitándose de la naturaleza de este parque emblemático que posee la cascadas más alta de Norteamérica.

Nuestra política de protección de las antes hermosas  áreas naturales debería reverse. La prohibición de ingreso a vehículos, de construcción de hoteles y de carreteras, ha traído el olvido y el abandono. Pocos son los privilegiados que saben de su existencia y visitarlas es todo un esfuerzo lleno de grandes peligros, desde asaltos hasta el tener que estar en un total abandono.

La política de confiar a las comunidades adyacentes el cuidado de los parques, fue dejarle cuidando la carne al gato. Los indígenas y campesinos son los principales depredadores de estos santuarios que ya no son tales, luego de varias décadas de caza y pesca indiscriminada por parte de sus vecinos, que se han apoderado de mucha tierra y prohíben el paso a gente de otros lados que no podemos tener el privilegio de pescar sin exponernos a reacciones violentas por parte de sus diarios depredadores.

Nuestras áreas naturales, en su mayoría y salvo Cotopaxi o Machalilla, han sido olvidadas. Ya nadie recuerda que tenemos otro Patrimonio de la Humanidad aparte de Galápagos, que es el Parque Nacional Sangay , abandonado a los cazadores y pescadores con dinamita y barbasco; los Guardaparques hacen milagros para tratar detener a intrusos que usan infinidad de senderos por los que también los vecinos envían ganado salvaje que “limpia” el terreno que luego será reclamado en propiedad por haber sido “trabajado”.

Mientras tanto el resto de ecuatorianos a esta y muchas otras reservas no podemos ingresar por lo abandonadas que están y esta soledad representa un peligro primario de falta de apoyo en caso de pérdida o accidentes, o uno mayor que es el ser asaltado o incluso linchado por quienes se sienten dueños de estos recursos estatales.

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