El pasado 22 de julio, Anders Behring Breivik cometió dos grandes atentados contra el corazón del multiculturalismo europeo. El primero, a las tres y veintidós de la tarde, cuando hizo explotar una camioneta cargada con 500 kilos de dinamita en el distrito de gobierno de Oslo, la capital de Noruega. El segundo, a las cuatro y cuarenta en la isla de Utoya, donde reunió a 560 participantes de un campamento del gobernante partido laborista y abrió fuego a discreción con dos armas y dejó un total de 68 muertos, jóvenes en su mayoría.
Al parecer Behring, cercano seguidor de la creciente ultraderecha europea, xenófoba y fascista, buscaba mostrarle al gobierno socialdemócrata del primer ministro Jens Stoltenber y a los sectores progresistas de Europa, los peligros de su aperturismo y de su multiculturalismo. El enemigo principal de esta derecha son los migrantes y sus acciones las basan en el mito de que los musulmanes están en una campaña que busca socavar las bases de la democracia europea.
La acción de Behring busca estimular el nacionalismo xenófobo en Europa mediante el torcido recurso de atentar contra la sede del Gobierno y contra jóvenes cercanos al partido gobernante al que odia. Hay dos formas mediante las cuales la xenofobia se puede exaltar a través de su acción: de no haber sido apresado, hoy se estaría inculpando a los musulmanes de haber cometido el atentado, como irresponsablemente lo sostuvieron varios medios al inicio. La segunda es mediante la construcción de Behring como un héroe o como un mártir capaz de todo por defender la pureza cultural de Europa.
Recogiendo las experiencias del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York, la ultraderecha va a reclamar la construcción de una sociedad más policial y militarizada. Este modelo de sociedad expresa los intereses de las grandes corporaciones armamentistas que parten del presupuesto de que dentro de las sociedades hay unos enemigos internos que solo ellos pueden eliminar.
La ultraderecha europea, al construir sus imágenes racistas sobre los musulmanes, procede igual que la ultraderecha norteamericana respecto a los latinoamericanos: olvidan la dinámica inserción y la profunda asimilación que tienen estos grupos en las sociedades que los reciben y, además, olvidan la gran responsabilidad que el neocolonialismo europeo y norteamericano tienen en la salida de latinos y africanos de sus propios países. Peor aún, construyen la imagen de que la única movilidad beneficiosa es la de los capitales y de los ciudadanos europeos y norteamericanos.