El Ecuador despertó con una asonada que duró 12 días, que no solo paralizó las ciudades y pueblos sino hizo añicos la democracia.
Las pruebas están en proceso de evaluación, pero el golpe de Estado fallido estuvo en marcha, figura que es necesario explicitar por los indicios que dejó el paro de los indígenas: el Ejecutivo moviéndose, entre Quito y Guayaquil; la Asamblea sin asambleístas; las Cortes y la Judicatura vacías; la Contraloría asaltada e incendiada; dos medios de comunicación –Teleamazonas y Diario El Comercio- agredidos; Quito sitiado por delincuentes y manifestantes armados de palos y piedras; centros comerciales cerrados y vías obstruidas. Guayaquil combativo y Quito sin liderazgo.
A lo anterior se añaden los asaltos a fábricas de lácteos y flores, la suspensión de vuelos nacionales e internacionales, las cadenas de radio y televisión, la desinformación en algunas redes sociales y la cacería de políticos aliados supuestos de la violencia.
Pero más allá de lo dicho se sintió –como nunca- la indefensión, el temor a los actos vandálicos y la desconfianza generalizada, mientras el punto focal de las noticias era el parque de El Arbolito y sus alrededores y se aplicaban medidas extremas como el estado de excepción –que limitaba derechos y libertades- y el toque de queda que restringía la circulación.
Y llegó el diálogo tantas veces pregonado, con la mediación de las Naciones Unidas y la Conferencia Episcopal. El Ecuador fue el gran perdedor. La asonada dejó un saldo negativo: la pérdida de vidas humanas y numerosos heridos –no cuantificados aún-, la destrucción de edificios, calzadas y caminos; la cuantiosa pérdida económica, casi similar a los valores contabilizados en subsidios. Y lo que es más grave: la demolición de los atisbos de democracia que existían.
A nuestra generación le toca reconstruir todo y crear nuevas instituciones, un nuevo sistema centrado en la justicia, la solidaridad y la verdadera democracia. Y que nada quede en la impunidad. Tenemos que escoger entre “la conciencia o la barbarie”, como dijo J. M. Velasco Ibarra. (O)