Recibir la llamada del dueño o del gerente -y de por medio una alfombra de flores- para solicitar el regreso a trabajar en el medio de comunicación, para cualquier común de los mortales, tiene varias lecturas.
Insinuar que el ‘’amor ‘’es un sustituto para la seguridad laboral, las protecciones en el lugar de trabajo o un salario justo es una creencia muy extendida, sobre todo en los llamados trabajos de ensueño como periodista (escribir, entrevistar, opinar, informar, editar…) o trabajar en las artes (baile, teatro, escribir, canto, pintura…) donde el privilegio de hacer el trabajo se considera una forma de compensación en sí mismo.
Sin duda, la retórica de que un trabajo es una ’’pasión’’ o una ‘’labor de amor’’ esconde la realidad de que es un contrato económico. Suponer de qué no lo es, crea las condiciones para la explotación. No hay distingo de edades. Igual ocurre con un joven, un adulto y si es jubilado, la situación es peor.
Al compartir amenas charlas con colegas y comunicadores, se descubre que trabajos prestigiosos, creativos e impulsados por apostolados, suelen aprovecharse del amor que sienten los trabajadores y empleados por lo que hacen.
Lo ocurrido con el centenario Diario El Comercio, donde los empleadores consideran que el maltrato a los trabajadores, al no pagar a cerca de 300 afectados entre jubilados y ex trabajadores que esperan desde hace nueve meses el pago de sus liquidaciones y pensiones jubilares, o pedirles que realicen otras tareas ajenas a la descripción de su trabajo, es más manejable si se piensa que los trabajadores sienten pasión por lo que hacen.
Ellos -los jefes- suponen que sus empleados harían el trabajo aunque no les pagaran. En el país, de excepciones, este tipo de situaciones crece paulatinamente en procura de que sobre todo los jóvenes periodistas -sin mayor experiencia- resbalen en la vulnerabilidad de sus derechos. Hay muchos ejemplos para citar, tanto en medios convencionales como digitales.
¿Acaso los empresarios se valen de la gratitud de los trabajadores y de la supuesta fila de gente que estaría encantada de ocupar sus puestos para justificar que se les pague menos de lo que merecen?
Parecería que cuando a un lugar de trabajo se considera virtuoso, es más fácil explotar a los trabajadores. El salario de los periodistas ecuatorianos, con un horario de trabajo 24/7 dista de muchos otros profesionales y no se diga de asambleístas qué, en muchos casos, no tienen ni título de bachiller.
Somos testigos de cómo los ideales del sector ocultan sus salarios bajos. Nadie se hace periodista para ganar un salario indigno o peor regalar su trabajo. En la coyuntura actual, algunos colegas abandonaron el país ante amenazas por sacar a relucir la verdad, otros abandonan la profesión y otros ni siquiera lo tienen como opción. Basta constatar el cierre de carreras de periodismo en varias universidades del país.
Fue Fobazi Ettarh, bibliotecaria en una ciudad de Estados Unidos, quien en un artículo del 2018, acuñó un término para describir cómo la rectitud percibida de su industria ensombrecía los problemas que existían a su interior. Ettarh denominó a este fenómeno, asombro vocacional, que definió como la creencia de que, como lugar de trabajo, las bibliotecas eran inherentemente buenas y, por lo tanto, estaban por encima de cualquier crítica.
Durante la pandemia, el ‘’asombro vocacional’’ estuvo a flor de piel, desde los periodistas qué para realizar coberturas, debían arreglárselas con lo que tenían, hasta los profesionales de la salud a los cuales el sistema los consideraba “esenciales”, pero que a menudo no recibían una remuneración ni protección acorde con la gravedad de su trabajo. La integridad percibida desde el Estado o ciertas empresas honorables, encubría las malas condiciones, como el glaseado en un pastel quemado.
Aunque este asombro es habitual en las profesiones que hacen el bien, puede existir en cualquier campo que se base en la fuerza de su marca para distraer la atención de la realidad de las experiencias de sus trabajadores. Los hechos llevan a la conclusión de que los salarios bajos, las prestaciones desfavorables y las malas condiciones de trabajo suelen ser los sacrificios que hacen los trabajadores por el privilegio de hacer lo que les gusta.
Este sentido del deber y del sacrificio personal puede confundir el rendimiento de los trabajadores con su autoestima, como cuenta Simone Stolzoff, autor del libro The Good Enough Job: Reclaiming Life From Work, pero también puede tener un efecto disuasorio sobre su voluntad de sacar a la luz las irregularidades.
Aquí y allá, los trabajadores ven que salvo que trabajen juntos para defenderse, las instituciones les harán pedazos. Para empezar, los empresarios pueden reconocer que trabajamos por algo más que amor.
Ahora se entiende como la huelga del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (WGA, por su sigla en inglés) terminaría en última instancia debido a un amor por el negocio y un amor por el trabajo. Inician la sexta semana de huelga; la perseverancia de los escritores revela una verdad: el amor, por desgracia, no paga las facturas.