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El Telégrafo

Así son

15 de mayo de 2012

Haré cosas que dije no haría, así cínicamente se ha expresado Rajoy en España. Al año de su irrupción, los “indignados” han vuelto a salir a las plazas y calles, por miles, en una España que solo hace recortes y a pretexto de austeridad mata, literalmente, a los más desfavorecidos, mientras regala ayudas a los más ricos.

Ese comportamiento, el descaro y la ausencia de ideas, parece ha contaminado a muchas derechas en este planeta. Acá también nos ha llegado una buena dosis de cinismo. Los que hasta ayer no más hasta vomitaban de tan solo imaginar ciertas compañías, hoy se dan la mano, asisten juntos a concentraciones políticas cargadas de adjetivos, carentes de sustantivos.

Se juntan con el solo afán de hacer bulto: a ver, numerarse y, a pesar de los esfuerzos, de tanto histrionismo, la cuestión no alcanza. Es que así mismo es esa derecha: no la anima otra cosa que el olor del dinero, que se acumula por borbotones y se deja chorrear para que algo llegue a sus voceros funcionales, desde políticos a periodistas.

Pero hoy, con una sociedad que luce animada hablando de política, su exhibicionismo no alcanza. La dinámica es otra, con ideas que andan fluyendo por todos lados, lo mínimo que uno exige es eso: ideas. Pero esa derecha, que tiene mucho en bienes materiales, es precaria, hasta la compasión, de argumentos ideológicos.

Están apurados, como si el tiempo se acabara, como si no reconocieran que la vida es una noria, como si no volverá a pasar por ellos en otro momento con vientos a favor. No son verdaderamente democráticos, no discuten, siempre intentan imponer lo suyo, sin la paciencia del que sabe vivir los distintos proyectos, sin importarles el derecho a la verdadera libertad de expresión de los otros, que alcanza los mejores registros cuando se lo hace en la política.

La derecha solo entiende la política desde el poder, cuando lo usa, lo disfruta, lo exprime. La oposición democrática no existe, por eso resulta muy pobre el debate, por eso esta sensación de miseria.

Son siete, pueden llegar a ocho, quizá nueve o lo que diga el azar. Aun cuando la compasión animaba a muchos en el salón de una de las cámaras empresariales, urgidos de encontrar algo o alguien que pare a Correa, no dejó de sentirse la angustia que produce la orfandad. Fue un registro penoso, desolador, fatuo. Les queda, eso sí, la operación mediática en la que la política, su política, alcanza los niveles más altos con la crónica roja, la farándula y sus fundaciones, guardianes de unas categorías cada día más decadentes.

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