La situación crítica de la pandemia ha sido el pretexto para que, de un solo tajo, le hayan restado más de cien millones de dólares a la educación superior en el país. Digo pretexto porque con conocimiento de causa -fui Subsecretaria General de Educación Superior recientemente- pude conocer de cerca las estratagemas que funcionarios del Ministerio de Finanzas emplean para evitar tanto transferir recursos como obstaculizar que puedan hacer uso de aquellos ya asignados a las universidades del sistema público.
La concepción que tienen algunos de los funcionarios de esa cartera de Estado es muy desdeñable respecto al sistema de educación superior público: Universidades e Institutos, según ellos, gastan demasiado porque los docentes están sobre valorados, incurren en costes innecesarios y otros conceptos similares. En el fondo, lo que está por detrás de esta concepción es que la Universidad debería ser solo para una élite que puede pagarse sus estudios, es decir una visión profundamente antidemocrática.
El papel que cumple la Universidad pública en los países de América Latina, incluido el nuestro, es invalorable; gracias a esa democratización se ha logrado una fuerte movilidad social en sociedades tan desiguales como las nuestras; el acceso a la ciencia y al conocimiento de estratos poblacionales que nunca podrían costearse estudios. Aquello denominado desarrollo -con todas las aristas de este complejo término- se lo debe en gran parte a la Universidad pública.
Esto no quiere decir que las Universidades sean la esencia de todas las virtudes: encontramos muchos problemas de gestión incluida la financiera; de escasa visión académica; de violencia de género; de grupos de presión politizados; de falta de pluralismo. En fin, todas estas debilidades, autocríticamente, merecen ser encaradas. No obstante, si se quería promover un gasto más eficiente en momentos tan críticos habría sido mucho más eficaz llegar a acuerdos con las Universidades frente a determinados rubros que no podrían ejecutarse por la propia crisis, y más bien direccionarlos hacia aquello que se requiere a gritos: impulsar mayor conectividad de estudiantes carentes de ella, precisamente ahora que se impone la educación virtual. (O)