La compresión que aplican al lenguaje los dispositivos determinantes de buena parte del intercambio social es abominable. La celeridad impone brevedad; la búsqueda de eficacia liquida dudas y matices.
En el ejercicio más “inocente” de los actos de lenguaje, si tal inocencia pudiera existir, esta compresión perfora con simplificaciones brutales términos lanzados como estilete y para cuya revisión jamás hay tiempo ni espacio. Es asfixiada la saludable complejidad de los significados.
Podemos estar seguros de que en la comunicación a gran escala, administrada por el sistema de medios que propala informaciones y opiniones, este achicamiento no tiene nada de inocente sino que, por el contrario, acribilla al cuerpo social con fórmulas de enorme efectividad.
Palabras o enunciados que, apenas recitados, descargan un alud de sentencias inapelables. Su solo uso representa una convalidación. Es una asfixia conceptual. Ejemplos, en cierta forma fáciles de aplicar a este enfoque:
Grieta. Acciona como referencia a un movimiento político -ni siquiera necesitamos incluir la maldecida letra que lo identifica- al que se culpa de causar una división entre argentinos. Presunta fuente de discordia y muestra de intolerancia, motivo de la nunca lograda unión nacional.
Mentarla sirve para impedir debates políticos, económicos y culturales que cualquier sociedad democrática debe darse para ser tal. Ejemplo reciente es la andanada contra el dirigente social que osó hablar de reforma agraria. Discutir la propiedad de la tierra, así como cuestionar la injusta distribución de la riqueza, es equiparado con el acto ofensivo de convocar al monstruo: la grieta.
Mercados. Ente, divinidad sin rostro que para el bien común custodia nuestra permanencia en el mundo. De alta sensibilidad, cuerpo que tiembla, mejora y se derrumba según las acciones de los seres políticos que actúan en el Estado o están a sus puertas. Su satisfacción o disconformidad son juicios inapelables, que deben ser acatados.
Piqueteros. Sujeto social cuya primera característica es molestar a la sociedad que produce y cumple sus obligaciones. Seres desprovistos de inteligencia propia, manipulados por quienes les consiguen dádivas estatales que no merecen y que buscan exhibir músculo y capacidad de presión. (O)
Tomado de P12