Quiero iniciar expresando mi condolencia y solidaridad a todas aquellas personas que han perdido seres queridos. Es difícil hablar de la muerte, por eso el ser humano ha creado el arte, precisamente para poder expresar aquello que es inenarrable pero que, sin embargo, es necesario decirlo.
El arte no parte de la certeza. Como todo acto trascendente del ser humano, el arte parte de la duda, de lo incierto; pero al mismo tiempo el arte parte de la certeza de que existe un otro con el que compartimos más similitudes que diferencias. La necesidad que tenemos de comunicarnos con los otros, en el acto artístico, inicia en una pregunta fundamental que indaga por la vida. Así, la expresión artística de la muerte es por paradójico que parezca, una forma simbólica de extender y profundizar la pregunta por la vida.
El arte que indaga, que pregunta, talla en sus estructuras y dispositivos artísticos la fisonomía y la profundidad de la vida que se traduce en una promesa. Con el arte se clausura el vacío o la verdadera muerte que deviene de la nada, pues la huella de la vida se muestra más allá de la vida y es la que finalmente da sentido a la muerte.
La verdadera muerte es la indolencia por el presente, la ausencia de esperanza en el futuro y el olvido del pasado. Y desde luego, el mejor homenaje a nuestros muertos es profundizar el sentido de la vida que no puede ser otro que un sentido de dignidad y respeto por la vida y una promesa de un mejor futuro. Ese sentido será el que moldee y transforme las estructuras de relación que nos han alejado de nuestra humanidad y de la solidaridad con lo humano. (O)